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¿Una cita perfecta?

Menuda ilusión, pensaba mientras comprobaba con satisfacción el resultado de mis dos horas de preparación frente al espejo. Había sacado del armario modelitos que llevaba más de tres años sin ponerme, pero todo había merecido la pena. Tenía una cita, y no una cualquiera. Iba  a salir con uno de los cinco mejores mentones que he visto en mi vida. ¡Ojalá Arturo pudiese verme! ¡Se pondría verde de la rabia!

Recién acababa de retocarme cuando llamaron a la puerta. Era Bartolomé, que bajo la luz de los alógenos de la entrada era todavía más guapo de lo que recordaba. Para colmo de dichas iba acompañado de un espléndido ramillete de rosas. Me pellizqué un poco para cerciorarme de que todo aquello fuese verdad.

– Hola Daniela, estás guapísima – saludó.

– Gracias Barti. Apenas me ha dado tiempo de darme una ducha y colgarme lo primero que he pillado, – solté con despreocupación. – ¿Quieres pasar y tomar algo? – Bartolome miró el reloj algo nervioso.

– No, no, tenemos que irnos ya. – ¡Uy, qué pillín! Éste ya tenía un plan preparado. Mira que como pensase llevarme a la ópera como Richard Gere a Pretty Woman. Ya le veía declarándose en mitad del Nessum Dorma.

– Oh, vale, voy a poner las flores en agua.

– No, no, ni hablar. Las flores tienes que llevártelas, – contestó agobiado.

– ¿Quieres que vaya toda la noche con las flores? – La verdad, fuese donde fuese que pensase llevarme, no creía que pegase llevar un ramo de flores en plan Doña Letizia en su carruaje por la Castellana.

– ¿Pero dónde vamos?

– Es una sorpresa, pero tenemos que irnos ya. Es que no llegamos. – Caray que misterio.

– Bueno pues vamos, – dije con ilusión mientras cerraba la puerta y empezábamos a bajar a paso ligero las escaleras. Al salir a la calle, Bartolomé volvió a mirar el reloj y, apretando el paso, me llevó hasta su coche, donde comenzó una frenética carrera en la que no conseguí arrancarle más de dos palabras, sobre todo porque el susto me quita las ganas de hablar y créanme que iba asustadísima.

– ¿Bartolomé, no vamos un poco deprisa? – ni caso.

– Uy, yo creo que ese que acabas de adelantar era Fernando Alonso, je, je. – Ni arqueó las cejas.

– Caray, Bart, que yo creo que has atropellado al gato. – Y esta vez no era en broma. Yo creo que se lo llevó de mascarón de proa.

– Hemos llegado, bájate, – dijo repentinamente frente a la puerta del Corte Inglés. Con la velocidad a la que iba pueden figurarse lo que me apresuré en apearme.

– Che, Daniela, las flores que te las dejas – y me alargó las dichosas flores. Esperaba, por su bien, que la ópera fuese en el Isabel la Católica, que estaba a un paso, porque como después de tanto misterio la idílica cita fuese llevarme al Corte Inglés, se tragaba las rosas con espinas incluidas.

– Mejor será que nos vayamos de aquí, – dije tratando de apartarme de la marea de señoritas que empezaban a salir por la puerta de personal, – se ve que hay cambio de turno. ¿Dónde va…

No pude terminar la frase. De repente me agarró y me dio un beso en plan culebrón. No me considero ninguna remilgada, pero aquello estaba fuera de lugar a todas luces.

– ¿Pero que hace… – Otro beso y esta vez agarrándome los brazos para impedir la bofetada que estaba rabiando por darle. Gracias a Dios una voz nos interrumpió.

– ¿Bartolomé? – Una muchacha castaña con el uniforme del Corte Inglés nos miraba con incredulidad.

– ¡Oh, Marisa, qué sorpresa! – Dijo el aludido falsísimo mientras esquivaba con elegancia mi puntapié, que terminó por hacer un desafortunado aterrizaje en la espinilla de la recién llegada.

– ¿Pero qué te has creído? – Marisa trató de devolvérmelo. De verdad que no le vuelvo a comprar un perfume en la vida. Que la tengo fichada y sé que es de Lancóme.

– Perdona, perdona, no quería  darte a ti, – me excusé con sinceridad, a lo que la muy histérica respondió poniéndose a llorar.

– ¡Marisa, no llores! ¿Daniela cómo has podido? – Soltó Bartolomé con desdén.

– ¿Que cómo he podido? ¡Ha sido culpa tuya! ¡Será fresco!

– ¿Cómo has podido tú, Bartolomé? – Interrumpió Marisa de forma muy acertada. – Apenas hace diez días que rompimos, –  más llantos.

– Pero gatita, si a mi ésta me importa un bledo. Es que se me ha echado encima… – Y yo creyendo que iba a llevarme a la ópera.

– ¡Y encima le has regalado rosas rojaaas! ¡¡BUAAAA!!. – Menuda teatrera.

– No, no, si son para ti, – y trató de quitarme las rosas.

– ¡Sólo faltaba! – Dije agarrando mis flores y marchándome con la mayor dignidad.

Una sabe cuando está de más, y si en una cita tu pareja se pone a besar a otra, como hizo Bartolomé en cuanto me di la vuelta, pues es mejor marcharse y no prolongar más lo que no tiene remedio. Al menos, he puesto mis rosas en agua, y se ven preciosas junto a las cortinas de mi dormitorio.