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Don Modesto un día cualquiera

En todos las farmacias hay un héroe, y el de la nuestra se llama Modesto. Sí señor, Modesto es nuestro veterano de Urgencias particular. Está operado de casi todas las patologías que conozco, y hace años ya perdí la cuenta del número de prótesis que lleva. Es algo así como una mezcla entre R2D2 y Polyana. ¡Qué moral! Esta mañana se ha dejado caer por la farmacia con su optimismo habitual:
– Muy buenos días, Dani – saludó al entrar con media sonrisa. Digo media porque la otra media no la puede mover por una parálisis facial sufrida tras una de sus intervenciones. Él cree que le da un aire interesante, pero yo no sé qué opinar.

– Me alegro de verle. ¿Cómo va todo?

– No me puedo quejar. – Les digo yo que sí que puede, pero no lo hace y ya está. – Necesito estas cosillas – y me alarga un buen taco de recetas.

– ¿Ha ido a revisión?

– ¿Revisión? No, no. Es que me han operado de unos cálculos en el riñón.

– ¡Oh, vaya! ¿Todo bien?

– Fenomenal, nunca me habían operado del riñón, y lo cierto es que la experiencia ha merecido la pena.

– Más que de una operación parece que viniese de un crucero.

– Sí, me han tratado como a un rey. Anoche para cenar me pusieron un pollo con arroz que no se lo salta un galgo. Da gusto dar con buenos profesionales. No llegué a estar ni media hora en el quirófano. – Estaba claramente admirado.

– Pues me alegro. Que eso de las piedras dicen que es muy molesto, y usted ya se las ha quitado de encima.

– Bueno, quitármelas, lo que se dice quitármelas no me las han quitado aún, porque se confundieron de riñón. Pero estoy muy contento porque me dijo el Doctor Miranda que en el que me abrieron no había ni un grano de arena. ¡Qué médico el Doctor Miranda! No quedan muchos como él, si vieras qué obra de arte me ha hecho con los puntos, – y me enseñó su nueva cicatriz.

– Muy mona, lo que tiene mala pata es que se confundieran de riñón.

– Sí, pero lo bueno, como dice el Doctor Miranda es que la siguiente vez aciertan seguro.

– Tiene usted una moral de acero.

– Y no es lo único de acero que tengo, – respondió pillín golpeándose sonoramente la pierna izquierda.

– El colirio no lo tengo hasta esta tarde, – dije devolviéndole una de las recetas.

– ¡Ay! ¡Si ya no lo necesito! – Informó eufórico. – ¡Me han quitado las cataratas!

– ¡Atiza, que bien! Una cosa arreglada. – Por fin un golpe de suerte.

– Y arreglada del todo. Mi oculista no es una mujer normal, es un ángel. En cuanto empecé a contarle el problema me dijo “Modesto, esto lo vamos a cortar de raíz”. Y dicho y hecho, en un plis-plas me había sacado el ojo. Mira la maravilla que me han puesto en su lugar. – Y se golpeaba el ojo derecho. Clin, clin. ¿a que suena como el de Murano?

– Lo mismito del todo. – Una curiosidad me atenazaba. – ¿Son familia el Doctor Miranda y la oculista?

– Hermanos, y hay un tercero que es otorrino. Me va a ver la semana que viene porque parece que tengo un tapón de cera. – Miré nostálgicamente a su oreja. Tal vez fuese la última vez que la viese. – Bueno, me voy. Hasta otra, Dani.

– Adiós Don Modesto. – Adiós oreja, añadí mentalmente.