Brindar con cava catalán

Dice un malvado amigo mío que por Navidad compramos para casa tres botellas de cava y seis de «El Gaitero», porque está más dulce. Depende de gustos y tradiciones y en esta tierra lo cierto es que las bebidas carbónicas no son muy habituales como acompañamiento gastronómico. No obstante ello -que diría Millán Salcedo- no hay boda, bautizo, comunión, cumpleaños feliz y comuna celebración de la «navitate» que no concluya con un brindis de cava cuando uno suele estar ahíto de otros caldos, con lo que el cava es para el organismo, en el fatal momento, como una estocada de Jesulín de Ubrique en el revuelto estómago. Como mejor se disfruta el cava es empezando con él y terminando con él.

El dueño de Freixenet ha levantado su copa y ha brindado, en el momento oportuno, -la pela es la pela- por España. Lo podía haber hecho en Semana Santa, donde el rosco y el pestiño engarzan con el aguardiente, porque hubiese sido una novedad, atemporal, que podría agradar -en la penitencial procesión ciudadana en la que se fusiona lo religioso con lo pagano- al personal ávido de bebidas tradicionales para los pequeños y grandes acontecimientos. Lo ha hecho cuando las colas, en la Gran Vía madrileña, se alargan de ilusionados compradores del primer premio de la Lotería Nacional en Doña Manolita, las ciudades se engalanan con bombillitas de colores y ha salido el catálogo de juguetes de El Corte Inglés. Estamos ya, como Maduro, acercando la Navidad para que la fiesta aparque nuestras frustraciones.

Y es ahora cuando se compran, quienes pueden, esos artículos que adornan el árbol material de las entrañables fiestas. Brindemos con cava catalán que es cava español, que nace en viñedos españoles donde las burbujas se hacen españolas. Habrá quien discuta esto, pero está en su derecho de discrepar siempre con la copa de espumoso en la mano. Yo brindo por los empresarios catalanes que sufren la opresión del mandato de aislamiento de la más rancia derecha y de la reaccionaria izquierda que propugnan la secesión del Estado.

Estoy de acuerdo con Esperanza Aguirre, que dijo aquello de catalanizar España de afecto y compromiso. No parece sensato hacer un boicot a los productos catalanes porque haríamos daño a empresarios y trabajadores que, en la mayoría de los casos, les trae sin cuidado la independencia y mucho les importa mantener sus industrias y puestos de trabajo. A quien hay que negarle el pan y la sal es a la clase política, que de manera suicida, se empeña en desgajarse unilateralmente de España, olvidando que el futuro del país lo decidimos entre todos los españoles.

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