¿Cómo esconder al amante?

Presuntamente, al presidente francés, François Hollande, que parece un poquito salido, le han detectado una «amantis silenciosa», que en principio no es nada grave, pero a la larga siempre resulta compleja.

Al olor de la sardina han sido frecuentes los amores a escondidas de gente principal. Aquí, en territorio nacional, por no remontarnos más allá de nuestra reciente historia, fue sonada la coyunda del cuñadísimo Serrano Suñer con la marquesa de Llanzol, Sonsoles de Icaza, de cuyo romance «secreto» hubo un fruto, Carmen Díez de Rivera, de la que igualmente se habló de protagonizar algún «affaire», con altas instancias, en plena regeneración democrática del país. Desde entonces, a nuestros días, las infidelidades matrimoniales, en España, de políticos destacados se ha tolerado con leves insinuaciones. Las revistas del corazón se han dedicado a sacar amoríos propios e impropios de gente popular infumable, en la mayoría de los casos, pero contrariamente se han silenciado o «tolerado» lustrosas cornamentas vitorinas, de ellas y ellos, de personajes importantes que torean en la tienta furtiva que no tiene enmienda.

Probablemente, si abrimos el mapa europeo de infidelidades de mandatarios o primeros ministros nos encontraríamos con una elevada nómina de «pecadores de la pradera». Aunque, sin duda, el más sonado y pérfido episodio, de los últimos años, fue en América cuando el presidente de los EE UU, Bill Clinton, fue objeto de un trompetazo, en si bemol, en el propio despacho oval, a cargo de la solista Mónica Lewinsky. La que aparentemente era una «amantis silenciosa» se le llenó la boca de propagar al mundo que había sido diletante nada más y nada menos que con el presidente de los Estados Unidos de América. Y pudo decirlo porque, tras ello, se llevó la partitura del ADN del lila de Clinton. Hay que tener cuidado con la caza de mariposas, sin red.

¿Cómo esconder al amante? Pues se trata de una pregunta con difícil respuesta. Todo se sabe más temprano que tarde. Y es curioso porque si bien es cierto que el daño en la pareja es doloroso e incluso, en la mayoría de los casos irreversible, a la sociedad, en general, le importa un bledo que reyes, reinas, presidentes, primeros ministros o conserjes tengan amantes, lo que todos exigen es que hagan bien su trabajo. Lo hemos visto y escuchado, a pié de calle, cuando los parisinos han sido preguntados por el reportero sobre los amoríos de película que circulan, por el Sena del mundo, en estos días de caliente y apasionado enero en un apartamento romántico para «faire l´amour», mientras tirita Europa.