Intrigas

Estaba el personal expectante esperando a que Cospedal abriera la boca y fue abrirla y pronunciar la palabra maldita. Entonces tembló la tierra, unos se rasgaron las vestiduras, otros se llevaron las manos a la cabeza y el resto, la mayoría, no le hemos dado la menor importancia a algo tan común como las intrigas que corren sibilinamente no solo por los pasillos y despachos de los palacios. Las intrigas son habituales en los partidos políticos, en la Santa Sede y en las comunidades de vecinos. El amor, el odio, la ambición se mueven con sigilo y astucia en cualquier escenario donde coexisten hombres y mujeres, siendo inevitable salvar la existencia de descaradas o larvadas luchas de poder. Las intrigas son tan viejas como el intrigante y enigmático episodio de Caín y Abel.

Se cumplen, ahora, treinta años de la decapitación política del primer presidente de la Junta de Andalucía, Rafael Escuredo, aquel que llevó a cabo una huelga de hambre, con gran polémica, en su despacho, en defensa del artículo 151 para nuestra comunidad. Cordial, cercano, culto y hábil, se granjeó la simpatía de los andaluces y la antipatía de los suyos. Los celos del colegaje fueron aumentando a medida que el joven de pelo rizoso crecía como líder socialdemócrata y se ganaba la confianza y el prestigio a nivel popular. Los intrigantes comenzaron con banderillas de fuego, llegaron a intentar el desprestigio personal con asuntos de ladrillo y palustre y, finalmente, recibió el rejón de muerte en los aledaños de la presidencia del Gobierno de la nación de boca del, todavía activo, Alfonso Guerra, pero con el divino dedo de Felipe. Es lógico preguntarse, hoy, qué hubiese sido de Andalucía, en el tiempo, con un líder consolidado como Escuredo. Pero las intrigas del propio partido socialista nos han impedido conocer la respuesta.

A los treinta años de su fulminante cese o «dimisión», crece en mí la empatía con el personaje histriónico y provocativo que llegó a salir en Interviú en la bañera de su casa cubriéndose sus partes pudendas con una toalla. Este «transgresor» político de los primeros años de esperanza es un prestigioso jurista y su capacidad intelectual le ha llevado a escribir noveladas historias alejadas de lo real que nos circunda. Incluso en el terreno de la literatura, le han salido brotes de encelados intrigantes.

Recuerdo a Rafael Escuredo recorriendo Andalucía y comenzando su noble papel de primer presidente de la Junta anunciando la buena nueva. Algo que se han ahorrado los que le sucedieron.

Su parada y sondeo, en Granada, culminaba en el mesón del histórico restaurante Bar Sevilla, donde solía departir -sin políticos- con los periodistas y empaparse de la realidad local hasta entrada la madrugada. Era una forma de llegar a las entrañas de la realidad cívica plural del momento. Nos vemos de vez en cuando y tengo en la recamara de plumilla una pregunta que me gustaría que me respondiera cuando encarte: «Presidente, después de treinta años, ¿qué te queda de aquellas intrigas»?