Los árboles mueren matando

Acordándome de Alejandro Casona, en Madrid, los árboles no mueren de pie, sino matando. Es como si los históricos y recoletos espacios de frondosos árboles que oxigenan, protegen y cobijan a aves e insectos en su ramaje hubiesen sufrido alguna maldición de plaga bíblica, de un deseo inconcebible, para morir matando. Las reiteradas caídas de ramas y troncos parecen como una maligna acción deliberada, aunque lo más razonable es que se deba, según los expertos, a una mera coincidencia debido al medio ambiente, a la longeva y precaria salud de los vegetales o al hongo conocido como armilaria mellea. El árbol de Guernica se extingue a los 146 años. Pero muere sin matar. Ya es un logro.

En Madrid no te puedes echar por la sombra del toldo de las hojas que ya van bronceando su color otoñal. Es una temeridad. Lo mejor es echarse por el sol, caminar por la calle de en medio enfrentándote al astro rey y respirar a pulmón lleno monóxido de carbono para morir, como fumadores de la polución, lentamente gaseados. Según la OMS, 80.000 ciudadanos mueren cada año, en Europa, debido a la contaminación.

Como los alcaldes siempre tienen la culpa de todo, menuda herencia deja doña Ana Botella. La alcaldesa, que, como se sabe, ha decidido no presentarse a las municipales antes de que la despidan las encuestas que ha encargado Rajoy y que ya están en Génova, renuncia a las pompas y a las obras de regidora de la villa de la intelectualidad cuando la madera del arbusto caído sobresalta a la ciudadanía. Ya le valdría concluir su mandato sacando a las calles, no solo a cientos de máquinas barredoras, que Madrid necesita un baldeo de amplio aseo, sino a un ejército de biólogos y peritos en la materia para chequear parques y jardines y cortar de raíz, si es necesario, a los árboles que mueren matando. Hay que salvar al árbol y al hombre. Leo que más de ochocientos árboles del Retiro están siendo estudiados con vigilancia intensiva estos días. Por algo se empieza.

Principales empresarios de la banca y de las grandes superficies, como robles de buena sombra, han dejado de existir, recientemente, y ya tenían sustitutos después del funeral. Y no pasa nada. Es lo que se llama el replanteo, la reforestación.

Tal vez, la aún capital de España necesite un replanteo de arbórea fisonomía que nos verdee ecológicamente tanto espacio, hoy, de dudosa seguridad para el vecindario y paseante. Los árboles que caen sobre personas humanas e incluso inhumanas no incitan demasiado, o nada, a amar a la naturaleza. Con lo maravillosa que es la madre naturaleza, entre las madres preñadas de vida, la accidentada serie de episodios es preocupante y sufrimos el temor de que los árboles mueran tumbados tumbando a la tumba a la gente.

Judas, el apóstol, se dice que utilizó un árbol para quitarse de en medio. Pero aquello no fue culpa del árbol sino del remordimiento de la deslealtad y de la oportunidad, suicida, de tener una soga a mano.