¿Galgos o podencos?

Mientras el magma de la corrupción va solidificando las corruptelas hispánicas de una manera insólita, por la generalización de quienes delinquen a manos llenas sin que ningún ámbito de la sociedad se libre de la descarada inmoralidad, las distintas fuerzas políticas que conforman el arco parlamentario son incapaces de alcanzar acuerdos y medidas comunes para atajar la epidemia que viene alarmando al ciudadano honesto.

Fuera de despachos, corrillos y pasillos partidistas, en la calle, no se explica cómo es posible que los mandatados para gestionar los poderes públicos, por sufragio libre y democrático, sufran de ésa acomplejada parálisis para distanciarse de la leprosidad del adversario. En mayor o en menor medida, a los hechos me remito, ¿quién está sano y salvo de culpa?


Pero, ¿cuál es, objetivamente, el motivo de que las distintas formaciones que comparten ése territorio de la legalidad institucional no quieran o sean incapaces de intentar, al menos, un punto de encuentro en defensa de los valores éticos y morales y la salvaguarda de la democracia qué, con sus aciertos y desaciertos, nos ha propiciado un espacio de larga temporalidad de paz y desarrollo en libertad?

Salvo que alguien quiera romper la baraja, por intereses espurios, es necesario el entendimiento y el esfuerzo unánime. España, la España democrática, está construida, esencialmente, por la decidida voluntad mayoritaria, por el Rey Juan Carlos I que fue el firme puente de la transición y por el esfuerzo y convicción de muchas mujeres y hombres de centro, de derecha y de izquierda que dieron, y algunos siguen dando, desde un cargo de elevado rango hasta el más modesto regidor de pueblo, lo mejor de sí mismos por nuestro país sin que sus ideales políticos sean un impedimento o un obstáculo para apostar por un futuro que mejore nuestras condiciones sociales y económicas.

Ha llegado el momento de regenerar la vida política, de arrimar los hombros, de ejemplarizar conductas, de realizar reformas, de devolver la confianza al ciudadano sin complejos y sin miedo. Lo que no es entendible es la pasividad y el largo letargo de quienes hoy representan el sentimiento de amplios sectores de nuestra sociedad que, evidentemente, aunque con enojo e irritación, no desean experimentos con gaseosa pero anhelan visualizar una luz al final del túnel.

Nuestros políticos pierden mucho el tiempo en preguntarse, si son galgos o podencos como en la fábula de Tomás de Iriarte?

«Tente, amigo, ¿qué es esto?» ¿»Qué ha de ser»?, responde; «sin aliento llego? dos pícaros galgos me vienen siguiendo». «Sí» replica el otro, «por allí los veo, pero no son galgos». ¿»Pues qué son?» «Podencos». ¿Qué? ¿podencos dices? «Sí como mi abuelo». «Galgos y muy galgos; bien vistos los tengo». «Son podencos, vaya, que no entiendes de eso». «Son galgos te digo». «Digo que podencos». En esta disputa llegando los perros, pillan descuidados a los dos conejos. Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa, llévense este ejemplo.