El piropo

Se me escapó el pajarillo de la jaula semanera, el domingo pasado, por mor de dedicarle un tiempo de breve introspección al fenómeno del terrorismo, pero el canto de la avecilla que revolotea aún por los medios de comunicación no ha cesado de trinar lo cual me produce hondo deseo, machihembrado, de darle un repaso de garlopa literaria a las inesperadas declaraciones de Ángeles Carmona que, por inspiración divina, ocupa el sillón de presidenta del Observatorio contra la Violencia del Consejo General del Poder Judicial.


Dice Ángeles, que debe ser como un ángel de la guarda y custodia, ?considérese textualmente como un piropo? que el piropo, de suyo, es «una invasión a la intimidad de la mujer». Desde luego se trata de un comentario, a mi modesto parecer, exageradamente desacertado, una reflexión que el genial Sánchez Polac, «Tip» hubiera calificado como una «gilipolloua».

Antiguamente se hicieron famosos, fundamentalmente, por groseros, aquellos piropos que lanzaban a voz en grito los albañiles, desde los andamios, y los conductores desde los camiones y «fragonetas». Pero esas malas lenguas forman parte del ordinario lenguaje del pasado, aunque algunos ejemplos humorísticos se puedan rescatar en la videoteca visualizando Youtube.

La modernidad no se significa, generalmente, por la práctica frecuente de la vieja costumbre masculina. En todo caso es, ahora, la mujer la que con mayor soltura y desenfado expresa abierta, libre y sin perjuicios su atracción o deseos hacia el varón. Por otra parte, Ángeles Carmona, comete un error «sectariofeminista» cuando manifiesta que el piropo invade la intimidad de la mujer. ¿Ocurre lo mismo cuando un hombre es piropeado?

Hoy se piropean las mujeres y los hombres entre sí. No creo que ningún piropo, vengan de quien venga, expresado con educación, noble intención y delicadeza pueda molestar a nadie; al fin y al cabo se trata de hacer notar y mostrar nuestra admiración y nuestro afecto a otra persona por su imagen, por su elegancia, por su manera de ser y de actuar.

Yo dirijo y recibo piropos de damas y de caballeros y la verdad es que no me siento, ni presiento que los demás se sientan invadidos en su intimidad. No sé a ciencia cierta que verá Ángeles Carmona desde el Observatorio contra la Violencia en relación con el piropo pero, repito, que considero desproporcionado y fuera de la realidad su convencimiento a no ser que pretenda que el poder ejecutivo, en un futuro, dicte leyes como en Egipto que existe nula tolerancia a la hora de piropear a las mujeres. Lo último que leí fue que una tribu beduina condenó a un hombre a cortarle la lengua por proferir una lisonja a una dama de otra tribu que pastoreaba en el campo. El muchacho piropeador, tras varias horas de arduas negociaciones entre el tribunal, abogados y familias, pudo conservar la lengua pero, a cambio, fue condenado a entregar cuarenta y seis camellos. ¡Hay que jorobarse!