Depravación

No sé sí fue el ron blanco –que Andrea ha sumado a la variada oferta del motrileño destilado Montero–, que bebí en la nocturnidad del telediario para ahogar la pena del vómito de sangriento terror que ejecuta y amenaza a medio mundo, o este anómalo coletazo climático otoñal que nos trastoca el fondo de armario y nos ‘desamuebla’ el cacumen.

Lo cierto es que mientras imaginaba poéticamente que caían, perezosas, las hojas doradas en el Jardín Botánico del centenario árbol Ginkgo Biloba, que inspiró a nuestra recordada y añorada Elena, me quedé dormido en el sillón. «Se avecina la tarde gris. Ni adivina su soledad esa tristeza de sus ramas». Desperté cuando aún volaban los murciélagos ebrios de botellones a granel y cogí, a ciegas, un libro de la estantería del salón. ¡Qué casualidad!, era un volumen sobre canibalismo. Un horror porque en él se describen, entre otros, al mitológico griego Crono –también conocido como el dios romano Saturno– que se comía a sus hijos recién paridos por su esposa Rea por temor a ser destronado por uno de ellos. Al despiadado Atila, rey de los Hunos, que se relamía con la carne humana. Como fueron despiezados y engullidos algunos conquistadores por indígenas americanos. De Bokassa, cuya ingesta preferida eran los escolares, o la diabólica vida de uno de los más sanguinarios personajes del siglo XX, como lo fue Idí Amím Dada.

Amím Dada llegó a comerse los hígados de sus adversarios políticos y las partes nobles de una joven que se negó a sus reclamos sexuales. Me he preguntado qué necesidad tuve de releer el terrorífico texto que me desveló totalmente y ya no pude pegar ojo. Afortunadamente en la actualidad parece que lo de comer carne humana no está de moda aunque este verano oí hablar de canibalismo cuando los medios de comunicación sacaron a la luz un informe del Consejo General de Enfermería en el que se denunciaba que las denominadas doulas (mujeres que acompañan a las mujeres en el parto y pos-parto) «no están reguladas ni en la UE ni en nuestro país» y según el citado Consejo, «llegan a fomentar el canibalismo».

La depravación sí es un mal que parece adueñarse del ser humano. Lo hemos visto y sentido en ese escenario dantesco parisino provocado por la paranoia del fanatismo que nos sigue amenazando con su mortal calendario de actuaciones. Primero Francia, después Roma y más tarde Al-Ándalus. Por supuesto, EE UU, no se escapa de la amenaza del llamado Estado Islámico, o Malí, o…

Para mayor ‘tranquilidad’ hemos sabido esta semana que Ceuta Y Melilla son el principal foco del yihadismo autóctono en nuestro país, que cada vez son más jóvenes los que se alistan al ejercito de la muerte y que la mujer, al margen de ser violada y objeto de procreación para ir aumentando la prole, se une con voluntario entusiasmo, al exterminio del infiel con un Kalashnikov en sus manos o asida de cinturón explosivo.

Quienes, aspirando a mejor vida, ingenuamente, pensaron en la primavera árabe que precisamente trataba de acabar, desde el laicismo, con la depravación y la corrupción de los gobiernos tiranos, los sátrapas han conseguido, lo vamos a ir viendo, un invierno árabe bastante crudo.