Mi reino por una abeja

Andan seriamente preocupados, como abejas, los líderes políticos, no así los zánganos que, con suerte, pueden llegar al otoño incierto de algún futuro. Nunca he temido a las abejas, me parecieron siempre entrañables y productivas y gocé, a través, de la ‘caja tonta’ con ‘La abeja Maya’, una serie televisiva japonesa basada en la simpática historia literaria escrita por el alemán Bonsels en 1912.

La única abeja que desde el primer momento me preocupó fue la que, imbólicamente, utilizó como logo José María Ruiz Mateos, un zángano de mucho cuidado de la España del ‘pelotazo’, con la colaboración inestimable y deportiva de la ‘abeja reina’ que multiplicó el picaresco enjambre familiar para conseguir estafar, por segunda vez, desde el falso ‘holding’ de la Nueva Rumasa. Los zánganos están siempre disponibles ejerciendo la poligamia en su corta vida de néctar.

La danzarina abeja, la obrera, insecto del que Albert Einstein comentó, al parecer, que si desapareciera este animal ovíparo sólo nos quedarían cuatro años de vida, se extingue. Hace más de una década existe una gran preocupación entre los apicultores americanos, asiáticos o europeos porque la abeja viene sufriendo una enfermedad menguante. ¿Causas? Científicamente se habla del cambio climático, pero todo indica, con toda seguridad, a que inciden sobremanera los efectos producidos por el uso de pesticidas o plaguicidas que no sólo están perjudicando al reino animal, también al ser humano ante el impresionante aumento en la población que viene sufriendo alergias por alimentos.

Es muy curioso que las abejas, hermoso ejemplo insectívoro, reproductoras de vida,
construyan un panal de cera de hexagonal ingeniería natural, para albergar las larvas y las crías y almacenar la miel, el néctar y el pólen en los sitios más insospechados.

Aquí en Granada, hace unas semanas expertos apicultores y bomberos, benemérito
cuerpo en permanente vigilia dispuesto para la acción, han recuperado unas 80.000 abejas okupas en inmuebles capitalinos, libres de sustancias químicas, donde los plaguicidas y pesticidas no llegan.

Estos insectos están huyendo a la desesperada y buscan cobijo para perpetuarse. Por la cuenta que nos trae deberíamos facilitar e incluso financiar viviendas, para que enjambres habitaran en sus panales domésticos urbanos, sin miedo. Lo mismo que está pasando con los okupas en varias ciudades como Madrid o Barcelona. La mismísima regidora barcelonesa, Ada Colau, llegó de okupa al Ayuntamiento de la Ciudad Condal y allí sigue en su despacho con vistas a la plaza Sant Jaume. Para Ada, la semana ha sido trágica.

Nada comparable con la histórica Semana Trágica de Barcelona de 1909. Pero, la pobre, ha sufrido en sus carnes la rebelión de los suyos y eso duele. La ingenuidad de Colau ha llegado a expresar la decepción y desengaño que le ha causado la violenta actitud del colegaje transitorio. «No puedo creer que los míos me estén haciendo esto», ha comentado. Cómo se nota que la alcaldesa es novata en las lides
políticas y que en nuestra reciente historia democrática un inteligente y singular político liberal, Pío Cabanillas Gallas, pontevendrés, popularizó, con socarronería gallega, aquella frase de: «¡Al suelo, que vienen los nuestros!»

Los okupas podrían ocuparse en algo productivo socialmente. Sin abejas, sufriríamos
un desastre global. El soberano inglés Ricardo III, antes de morir en el campo de batalla, pidió un caballo a cambio de su reino, según la leyenda shakesperiana. En nuestra batalla química antinatural donde a diario padecemos una crisis ecológica severa, emulando a, Ricardo III, pido una abeja. ¡Mi reino por una abeja!