El cuento del gallo ‘pelao’

Era impensable que en la sesión del Congreso de los Diputados, convocada para analizar la alterada, irresponsable y torpe situación de Cataluña, se colara en el monótono verbo de sus señorías, el tubérculo de la patata, para romper la tensión de los últimos días, a cuentas de los cuentos de los Puigdemont y compañía. Y todo fue por la inspiración, agrícola, del diputado suecano Baldoví –que me recuerda al recordado Gila– que como recurso gastronómico dialéctico habló de las patatas. De las patatas catalanas, de las valencianas, de las murcianas… omitiendo otras patatas de excelente calidad como las de Canarias o las gallegas. Las canarias, arrugás, con mojo picón y las gallegas para la excelsa tortilla con huevos camperos.

Pero Rajoy, como no podía ser de otra forma, en una réplica coherente, precisa y medida, quiso distender el discurso general y también habló de la patata, de la patata española. Que de eso se trataba. De algo común, entre lo diferencial, que aporta con riqueza cada comunidad. Yo, desde infante, me crié con aquellas contundentes patatas de ‘copo de nieve’ cultivadas en las faldas de Sierra Nevada que se mercadeaban, en sacos, sin tanto intermediario, cada otoño. Las ‘copo de nieve’, que me asegura un buen amigo, que vamos a saborearlas, cuando los estómagos estén alineados en el choteo, supongo que fritas con aceite de oliva y en sartén que no están buenas. Están exquisitas.

Pero el Congreso español, la llamada Cámara Baja, se reunió no para hablar de la patata, sino para dilucidar sobre lo que se intuye pero no hay certeza. La cuestión era deliberar concretamente si el Gobierno autónomo catalán y su presidente, Puigdemont, han declarado la república catalana en serio o en broma. Porque, al margen del sentimiento de general rebote de constitucionalistas y separatistas, hasta ahora, todo parece un sandunguero vodevil. Una esperpéntica y provocadora puesta en escena dolorosa para Cataluña y para el resto de España.

Por eso había que adivinar qué fue antes, si el huevo o la gallina. Dentro del huevo hay una yema y una cosa clara, por lo que no se explica un huevo sin gallina y sin gallo. De tal manera que, por norma, ante la confusión, era necesario apelar a Confucio y a su histórica frase: «Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber». Por ello se ha recurrido al artículo 155, sabiendo lo que se sabe, sin saber lo que se sabe, para intentar saber lo que hay que saber. Esta es una amalgamada consecuencia alcanzada por los tres partidos constitucionalista, PP, PSOE y Ciudadanos. El consenso temporal, entre las tres grandes formaciones llega con tres premisas: la aplicación en su caso del 155 –según la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, «lenta»– y sospecho que para el presidente del PP, Mariano Rajoy, será «des-pa-cito», un artículo de la Constitución que produce grima, aunque nadie lo conoce. La convocatoria de elecciones que podrían facilitar el tan traído y llevado diálogo entre los gobiernos de España y Cataluña. Y la nada fácil y delicada tarea de reformar la Constitución. El gallo peleón de Puigdemont tiene o debe responder al requerimiento del Gobierno mañana lunes y, conociendo su personal estilo y la falta de seriedad, de la que ha hecho gala en todo el proceso, es probable que conteste con el viejo cuento: «¿Quieres que te cuente el cuento del gallo ‘pelao’? No te digo ni que sí ni que no. Solo te digo que este es el cuento del gallo ‘pelao’». No sé si a Rajoy y a sus colegas les quedará claro el asunto o tendrán que enviarle nuevo requerimiento. Quienes ya lo tienen claro son los numerosos empresarios –se habla de más de medio millar de empresas– que, cansados de tanto cuento, por imagen y por la pela, han iniciado el camino del exilio forzoso abandonando de momento, para evitar riesgos imprudentes, Cataluña. Penoso.