Acrilamida

Cuidado con los alimentos fritos. Todos a moderada temperatura sin llegar al tueste que, no sólo engordan, si no que pueden ser cancerígenos. Lo advierten las autoridades sanitarias comunitarias –ya lo sabíamos por las españolas– pero, entre las preocupaciones más perjudiciales para la salud se encuentra la denominada acrilamida, que es una sustancia carcinogénica que se forma a partir de aminoácidos durante el proceso de freír, asar y hornear diferentes alimentos como la patata, las croquetas, la carne… El caso es que algunos alimentos como los torreznos o los churros si no están bien fritos no tienen gracia. Y no digamos del ‘pescaíto’. Lo cierto es que cada día nos encontramos con más y más recomendaciones tendentes a mejorar nuestro estado de salud, lo que implica que, si somos disciplinados, vayan cambiando los hábitos y costumbres alimenticios hasta que nos llegue la hora de cerrar el pico y nos vayamos al otro mundo con una buena salud.

Nuestros ancestros se fueron de este mundo con la creencia de que el pescado azul o el aceite de oliva no eran recomendables para una ingesta sana y sin embargo en ningún hogar faltaba durante la semana el denominado puchero o cocido de garbanzos con su correspondiente ‘pringá’. Y los campesinos hacían matanza para un año y no había día que no entrara por aquellos estómagos alguna delicia del extinto gorrino. Aunque como se movían como una peonza, el colesterol entraba y se marchaba fácilmente.

Con lo rico que está el marranico que continúa siendo nuestro animal, por excelencia, comestible en su totalidad corporal, se puso de moda la ‘veganomanía’ que consiste en desechar la carne y alimentar el epigastrio con lo vegetal. A mí todo el boscaje de hortalizas me encanta si va acompañado de un buen solomillo de buey que, desde ahora –con lo de la acrilamida– tendré que pedirlo «vuelta y vuelta», vayamos a que el cocinero se le pase el punto y tengamos problemas con la sustancia carcinogénica.

Desde hace unos días, floreciendo la primavera, la Unión Europea, que no acierta en homogeneizar una legislación jurídica de obligado cumplimiento entre los países miembros llega a acuerdos singulares, gastronómicamente hablando, y es que en los restaurantes y similares podrá venderse y consumirse toda variedad de insectos. La modernidad pasa por los humanoides insectívoros y es la moda camaleónica que, poco a poco, se irá extendiendo por nuestros barrios sembrando de establecimientos que combinen en sus ‘cartas’ los boquerones, con las cucarachas, o los callos con gusanos al pilpil. Aunque no sabemos qué insecto será el más apetecible.

Mi insectívoro deseo, de toda la vida, ha sido la mezcla de la ‘vegania’ de temporada, salteada con moscas y mosquitos en el estío. En verano no hay nada más molesto que estos insectos que siempre nos comen y ha llegado el momento de que nos los comamos nosotros a ellos gracias a la Unión Europea.