Cambiar de residencia

Es frecuente que en esta época estival la mayoría de los mandatarios se tomen unos días de asueto y relax en residencias o palacetes diferentes a los que oficialmente disfrutan por su rango. No es porque su hábitat natural carezca de comodidades y variados elementos para hacer placentero el verano, sino porque es una forma de cambiar de ‘aires’, que para el oficio de dirigir suelen ser muy aconsejables para el magín. El Papa Francisco reitera su humilde deseo de no salir del Vaticano y marcharse, como era costumbre en otros pontífices, al palacio de Castelgandolfo una temporada. Dice el sencillo jesuita que él veranea descansando más, en esa ‘residencia’ que el Espíritu Santo le ha propiciado, leyendo más y rezando más. Quien me ha llamado la atención ha sido el alcalde de Seúl, que ha dejado su residencia –con todo lujo de detalles– para vivir un mes en un ático de 30 metros cuadrados porque quiere experimentar la realidad de quienes no poseen bienes y viven de forma precaria.

El gesto, simbólicamente, está bien pero tiene truco porque después de la experiencia él volverá a su confortable residencia y será solo un mal sueño lo del pequeño ático para menesterosos. Es igual que los niños saharauis que vienen todos los años de acogida a España, especialmente a Andalucía. La meritoria acción de las familias que los cuidan, los miman y casi los adoptan como hijos es encomiable. Pero no deja de ser lamentable que cuando concluyen esas idílicas vacaciones los chicos tienen, de nuevo, que masticar tierra de un desierto inhóspito e injusto sin fin. Pedro Sánchez disfrutará, como otros expresidentes, de la residencia del Coto de Doñana, en el Palacio de las Marismillas, y también tiene previsto ir a Mojácar donde posee una vivienda familiar. Se lo ha montado bien en el Falcon, porque tarea institucional tiene de sobra después del último consejo de ministros y eso son unas vacaciones incómodas, salvo que teniendo en cuenta el escaso tiempo que lleva de primer ministro le produzca tanta actividad un sugerente clímax político. Begoña, la esposísima, ha tenido un verano refrescantemente rentable. Los hombres del presidente la han nombrado directora del recién creado África Center un organismo, de acción social, que pretende desarrollar proyectos para África. Hubiese quedado más fino y ético que el cargo fuera honorífico pero ha podido más la reflexión del viejo proverbio: «No le pido a Dios que me dé, sino que me ponga donde hay». Esperemos que sean proyectos que puedan hacerse realidad. Por algo se empieza. Las oenegés pueden colaborar y de hecho lo hacen eficazmente pero son las Naciones Unidas las que deben unirse, de una puñetera vez y resolver la terrible hambruna, tanta epidemia y emigración a ninguna parte que sufre históricamente gran parte del Continente. Los que llegan en patera a nuestra orilla y sobreviven no se encuentran gran cosa y mal viven manejados por las mafias. Los manteros no pueden cambiar de residencia, solo de calle y rápidamente antes de que le requisen la falsificada mercancía. En Madrid y Barcelona han crecido como hongos y existe preocupación entre Carmena y Colau porque ya aflora la desesperación y la protesta de comerciantes y vecinos. Y el voto es el voto. Quien está pendiente de cambio de residencia es Francisco Franco que fuera caudillo de las ‘españas’. Aunque en las profundidades del Valle de los Caídos debe hacer fresco, Pedro Sánchez quiere pasar a la historia como el presidente que, en democracia, desenterró al llamado generalísimo y lo mandó a otra ‘residencia’ menos ostentosa. La tenebrosa y macabra extremada izquierda no cesa de meterle prisa para no dilatar la exhumación y el presidente, con razón, ha comentado que lleva más de cuarenta años enterrado allí y que no hay que correr ni para trillar. Todo en su momento. Aunque para entonces, cuando llegue el día, se habrán agostado algunos desencantados y Franco estará más viejo.