Pagar o no pagar

Este dilema no contempla término medio cuando se quiere adquirir un bien o contratar un servicio. Pero más allá de dar vueltas a algo tan obvio, me interesa más profundizar en los medios de pago disponibles, sobre todo los electrónicos. En otras ocasiones hemos hablado de ello y de cómo la lógica del presente augura un futuro dominado por los sistemas de pago a través de dispositivos móviles.

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Pero este futuro prometedor se está “haciendo de rogar” en Europa y, en particular, en nuestro país a pesar de que todos los argumentos teóricos juegan a su favor: un nivel de penetración de smartphones casi total, todos ellos preparados para instalar cualquier aplicación de pago móvil con independencia de la marca que la haya desarrollado e, incluso, aportando los más innovadores sistemas de verificación de identidad; una red de comercios ya adaptada a los sistemas de pago electrónicos, tanto en comercio físico como virtual, y entrenada en el uso del método “contactless” para las tarjetas que incorporan la tecnología NFC; un colectivo de usuarios acostumbrado a descargar y utilizar todo tipo de aplicaciones para cualquier tipo de tarea cotidiana y un sector financiero hábil en la democratización de la banca móvil mediante soluciones fáciles e intuitivas de usar; un ecosistema que ha crecido impulsado por las nuevas tecnologías y que, gracias al cambio de conducta relacional de las generaciones más jóvenes, ha favorecido la aparición de las llamadas empresas “fintech”, especializadas en desintermediar las transacciones típicamente financieras para acercarlas a los consumidores de una forma sencilla, segura y sin costes ni comisiones adicionales; y un escenario donde el único límite que se puede imponer es el que la legislación de los bancos centrales estipule para la prevención del blanqueo de capitales y, por supuesto, el saldo disponible o el crédito al que el cliente pueda acceder.

Los últimos informes publicados por consultoras especializadas, como Juniper y Ovum, desvelan que Europa se ha quedado muy atrás en los valores, número e importe, de las transacciones realizadas a través de dispositivos móviles. Bancos, operadoras de telefonía, fabricantes de teléfonos y grandes y pequeños desarrolladores se han lanzado a la conquista del pago móvil con diferentes propuestas, pero ninguno ha despegado de la manera prevista, ni en sus planes de negocio ni por las previsiones realizadas por prestigiosos analistas.

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Se barajan dos cuestiones para explicar esta ralentización aun cuando el mercado europeo está bastante maduro en relación a las tarjetas de crédito y el comercio electrónico. La primera es que no se ha producido una clara diferenciación entre la mecánica de pago con tarjeta bancaria y con el móvil. De hecho, el segundo trata de emular al primero no sólo mediante el proceso físico de realizar la operación “sin contacto” sino que, además, se sirve de su misma estructura operativa al incorporar tarjeteros o “wallets” virtuales contra los que poder realizar la compra. Incluso, los programas de fidelización se replican a pesar de que la tecnología permite nuevas fórmulas para lograr una mejor experiencia de usuario y una mayor vinculación de los consumidores.

Por otro lado, la excesiva irrupción de aplicaciones para facilitar el pago móvil sin haber profundizado en la pertinencia de las soluciones ofrecidas, ha desencadenado una masiva descarga de aquéllas, por lo novedoso del sistema, y también un paralelo abandono inmediato, por la ausencia de un valor diferencial lo suficientemente atractivo como para ser usadas a diario. De hecho, el uso de efectivo sigue siendo mayoritario, sobre todo en España, y las operaciones con tarjeta mantienen un crecimiento sostenido, lejos del supuesto descenso pronosticado por la irrupción de las grandes marcas como Apple, Google y Samsung.

Es posible que en el trasfondo de todo esto subyaga un problema cultural, de manera que los usuarios prioricen el pago en efectivo, ya casi consubstancial a la naturaleza humana y único medio que puede no dejar rastro de cada transacción, y presenten una cierta resistencia a substituir las tarjetas por el móvil cuando no reciben un beneficio apreciable e inmediato.

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Nos podemos encontrar con dos posibles alternativas para salvar esta situación. Una, que los bancos centrales y gobiernos se pongan de acuerdo para aplicar una legislación que restrinja el uso de dinero en efectivo y estimule los pagos electrónicos (como se ha hecho en Dinamarca y Noruega). Y dos, que los servicios de pago mediante móvil añadan propuestas de valor que sean rápidamente acogidas por los usuarios. La primera opción requiere voluntad política y coherencia desde la administración reguladora. La segunda precisa de capacidad creativa de las compañías y conocimiento en profundidad de las expectativas de los consumidores.

Quizá estemos en el momento de que la necesidad de regulación del entorno Fintech conlleve un planteamiento legislativo que limite el uso del dinero en efectivo a determinadas operaciones y hasta determinados importes y que este marco restrictivo estimule la imaginación de esas empresas para hacer una oferta, más allá del pago en sí mismo, diferencial y conveniente al ya establecido mediante las tarjetas.

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

 

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