Mobile first

Cada día celebramos el “día de algo”. Esto tiene sus cosas buenas, muchas, y otras menos interesantes, como que esas conmemoraciones corren el riesgo de convertirse en rutina o de sentirnos impelidos hacia la pequeña obligación de participar o secundar la causa que nos recuerdan anualmente. Empero, siempre tienen la ventaja de hacernos visibles cuestiones a las que seguramente no les hubiéramos prestado atención o sencillamente desconoceríamos su existencia y problemática.

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Otras veces son iniciativas con carácter comercial, como el Black Friday o el Ciber Monday, y también nos encontramos con propuestas curiosas como el #DíaSinMóvil, que se celebra el 6 de julio por tercer año consecutivo. Reto (curiosamente) organizado por la redacción digital de El Economista y que tiene como objetivos saber la respuesta de los usuarios ante la experiencia de pasar todo un día sin móvil y la de crear conciencia sobre la excesiva dependencia que tenemos de estos dispositivos.

¿Podré ser capaz de resistir 24h “desconectado”? Si uno de los usos que le damos es el profesional es bastante complejo, pero no imposible, ya que tenemos alternativas suficientes con los teléfonos fijos, tablets y ordenadores portátiles o de sobremesa para seguir conectados con el mundo, responder a llamadas y a los correos electrónicos, realizar informes y consultas o hacer transacciones bancarias, por ejemplo.

Pero es tan alto el poder que estos “inventos” tienen sobre nosotros que no sólo han cambiado nuestra forma de vida y de relacionarnos sino que, incluso, han generado una excesiva dependencia hacia ellos. Hasta el punto de que uno de los síndromes que han aparecido es el denominado en inglés “fomo” o “fear of missing out”, es decir “miedo a perderse algo”, que aquí lo podríamos llamar “mapa”. Miedo a no estar al día, a no obtener la información precisa, a no participar en los foros más “cool”, a dejar pasar una oportunidad comercial, a no contestar a tiempo un mensaje o no sumarse al instante al fan-club de moda… En definitiva, querer viajar permanentemente por ese inabarcable “mapa” de contenidos hace que se produzca una enorme dispersión en los temas de interés y una falta de concentración y de atención suficiente en cualquiera de ellos.

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Ese miedo se transforma en angustia y, como en procesos similares, esa sensación se disipa buscando pequeñas recompensas en el consumo de más información, de más datos o más novedades. En este proceso intervienen las vías doparminérgicas de la misma manera que en los fumadores, o en los adictos al juego. La ansiedad entre un cigarro y otro, o entre un juego y otro, se verá aliviada cuando se produce una pequeña descarga de dopamina al encender un nuevo cigarrillo, o hacer una nueva apuesta.

De hecho, la omnicanalidad, la multipantalla o la multitarea están teniendo cada vez más detractores ya que conducen a una excesiva dispersión de la atención y déficit en la toma eficaz de decisiones como consecuencia de la ralentización de los procesos cognitivos y ejecutivos. Pero también tienen sus defensores entre las generaciones más tecnológicas, entrenados desde pequeños en un entorno digitalizado y con infinidad de recursos a mano.

Esto último puede tener su lado positivo, ser más eficiente en el trabajo, pero también otros negativos como ha puesto de manifiesto un estudio reciente de Boston Consulting Group. En él se recoge que, antes de abandonar el uso de los dispositivos móviles, los usuarios encuestados preferían dejar de ver a sus amigos en persona (30%), posponer sus vacaciones (45%), perder un día libre de trabajo a la semana (46%), no salir a cenar en 12 meses (55%) y, en el caso de los estadounidenses, dejar de tener sexo por un año (33%).

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En otro interesante informe publicado por ComScore se ponen en relación las categorías de uso de los dispositivos móviles con las necesidades humanas descritas por A. Maslow en su famosa pirámide. Así y de forma comparativa, en las más básicas (las fisiológicas) el uso del smartphone ha crecido a nivel global para comprar alimentos, contratar servicios de salud, buscar información inmobiliaria y comprar ropa. En el siguiente estadio (las necesidades de seguridad) las aplicaciones de banca móvil y las plataformas profesionales han superado con creces a cualquier otro dispositivo. En el tercero (afiliación), la mensajería instantánea y las video-llamadas han casi eliminado otros modelos de comunicación convencionales. En relación con las necesidades de reconocimiento, las redes sociales ya suponen casi un tercio del consumo de internet móvil y el contenido compartido aumenta más rápido que las actualizaciones personales. Y en las últimas (de autorrealización) las aplicaciones creativas son prácticamente móviles.

Esto nos sugiere que el concepto “Mobile First” se ha impuesto con contundencia, aunque todavía existen significativas brechas en función de las áreas geográficas, la edad, la cobertura de las aplicaciones y respecto de la resistencia al uso del móvil en determinadas transacciones económicas, en las que los dispositivos fijos ganan en proporción 80/20.

Aún así, les invito a que dejen su móvil en un cajón. Y al día siguiente comentamos en las redes cómo nos ha ido.

 

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena

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