TORRECILLAS.

«Ciudadanos Comprometidos»

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Hace treinta y tres años que conocí a Antonio. El Colegio Mayor Hernando Colón de Sevilla era (y sigue siendo) un hervidero de estudiantes de arquitectura. Yo para Antonio fui “novato”, lo mismo que él también lo fue, tres años antes, para otros compañeros por entonces “veteranos”. Ayer, ya todos veteranos igualados por el tiempo, la mayoría arquitectos del “Colón” repartidos por el mundo, hicimos nuestro particular homenaje al amigo que se nos ha ido. Todos recordábamos de esos años de Colegio Mayor al Torrecillas que destacaba siempre por su chispa, por su desenfado y generosidad, por su viveza, por su capacidad de organizar saraos, en definitiva, por su encanto personal. Todos fuimos relatando en nuestro particular foro las innumerables historias protagonizadas por Antonio de las que solo fuimos actores secundarios. En aquellos años él representaba la modernidad en la forma de vestir, en la música que oía, en la forma de estar y de ser. El ambiente cultural e intelectual del Colegio Mayor era un buen caldo de cultivo para todos nosotros, pero sus altas capacidades, luego suficientemente demostradas, eran mucho mayores que las del resto y ese marco colegial se le quedaba muy estrecho y, por supuesto, se lo saltó.

Volvió a Granada y, ya como arquitecto, empezó a destilar poesía, y no ha parado hasta el final.

Su generosa y encantadora personalidad se refleja en la relación con sus amigos y con sus alumnos. Capaz de darse cuenta en mitad de una conferencia impartida por él,  de la presencia en la sala de un amigo al que no veía desde hace treinta años, y con un gesto cómplice quedar,  con elegancia disculparse y dejar la comida preparada por la correspondiente Institución, e irse a comer y a hablar con el amigo. Con los alumnos me consta su entrega y pasión en la enseñanza de la arquitectura y de nuevo la generosidad con su tiempo para sacar lo mejor de cada uno de ellos. Hacía lo que creía,  que todo hombre es un arquitecto en potencia pero que solo algunos  desarrollan esa capacidad y él sabía despertarla en sus alumnos.

Hace poco tiempo, ya muy enfermo, lo visité y hablamos, como no podía ser de otro modo, de amigos y de arquitectura. Con su delicadeza y respeto con la arquitectura me decía que estaba muy contento con el resultado de la estación subterránea del Metro de Granada (para mí, una sutil obra de arte hecha de luz bajo tierra) pero que no lo estaba tanto con lo que sucedía en superficie y que él hubiese preferido no construir nada arriba, pasar desapercibido, allí hubiese   preferido el silencio porque ya había mucho ruido (demasiados artefactos). Sin embargo, también allí, ha regalado a la ciudad nuevas joyas: las embocaduras del Metro en la estación Alcázar Genil remiten, con perfección técnica y depurada poesía, al agua de la naumaquia redescubierta abajo.

Cuando empezó a trabajar en Granada, como tantos de nosotros, hizo obras de rehabilitación de viviendas con subvención, pero no las hizo como todos. Con el escasísimo presupuesto que contaba propuso bellas soluciones constructivas para las casas-cueva del norte de la provincia, obras que no salen en las revistas de arquitectura pero que ahí están y que fueron reconocidas entre reducidos círculos de amigos. Luego volvió al norte de la provincia y siguió su particular investigación de las arquitecturas vernáculas, viajó a México, entrevistó a Barragán, viajó a EEUU, a NY, leyó su tesis doctoral, siguió enseñando arquitectura, viajó y estuvo viviendo en las mega-ciudades orientales, enriqueció su saber a cada paso y siempre siguió siendo una excelente persona. Se recorrió el mundo aprendiendo y decía: “Vivo en el mundo, pero cada noche duermo en Granada”. Y así fue, la casa que hizo para sí mismo y para su mujer, estaba ya construida en Granada, o mejor dicho, excavada, a falta del toque personalísimo que acabó dándole para vivir en ella. De nuevo la casa-cueva, esta vez en el Sacromonte, donde me lo encontré y hablamos, sentado, disfrutando de la tarde mirando el paisaje granadino, que tan bien sabía mirar y transmitir: el valle del Darro, la Alhambra y al fondo la Vega de Granada.

Un abrazo, amigo.

Gabriel Fernández Adarve. Arquitecto

Área de Arquitectura de GRarquitectos