¿QUIEN NOS RECORDARÁ CUANDO HAYAMOS MUERTO?

Hace unos días fui a caminar por la montaña con uno de mis hermanos, Torcuato Fandila (de profesión Fotoperiodista y sin duda alguna el más activo, prolífico, y original de mis hermanos, por lo que es muy conocido y querido en la comarca de Guadix), quien había decidido que con esa caminata por los valles de Ferreira (ENP de Sierra Nevada, Andalucía) iniciaría una nueva vida de hombre activo también físicamente…

El caso es que en las dos horas largas que caminamos, conversamos sobre mil cosas y entre ellas me narró una anécdota preciosa de la que ambos fuimos testigos pero que yo ya no recordaba… Os cuento:

En un frío día nada primaveral de 2001, a finales de abril, una comitiva de mi ciudad, Guadix, con la mayor solemnidad fue a Madrid a exhumar los restos de uno de sus hijos más ilustres, si no el que más, el escritor Pedro Antonio de Alarcón, que había fallecido en 1891 pero que había dejado escrito que querría que sus restos descansasen en su ciudad natal… No en vano había escrito cosas tan hermosas como esta en el prólogo de uno de sus libros:

“En un rincón de Andalucía hay un valle risueño… ¡Dios lo bendiga!
Que allí tengo amigos, hermanos, padres…”

El caso es que allí nos juntamos una comitiva municipal presidida por el entonces alcalde de Guadix Jose Luis Hernández Pérez, a quien acompañaba una representación de mi familia (Mis hermanos Julio y Torcuato Fandila, mi sobrino Juan Luis y yo) en justa correspondencia a la pasión con la que mi padre había dedicado tantísimas horas de estudio de su obra literaria; el periodista Tico Medina (quien con el apoyo gráfico de mi hermano al día siguiente publicó un bello artículo en Ideal de Granada) y la también prestigiosa periodista de televisión ROSA MARÍA MATEO (junto con su esposo) ya que en ese mismo año había recibido el Premio Nacional de Periodismo Pedro Antonio de Alarcón…

En fin, el caso es que mientras que se procedía a la apertura de la sepultura, Rosa María Mateo expresó con mucha emoción “lo hermoso que era que más de un siglo después de su muerte, sus paisanos no solo no hubiesen olvidado a este personaje sino que se habían esforzado por trasladar sus restos para que descansaran definitivamente en su ciudad…“ preguntándose con melancolía “si alguien la recordaría a ella, por ejemplo, cuando falleciera y pasaran unas décadas…”

Y quiso la casualidad, o el destino, que bajase su mirada en ese momento para descubrir algo sorprendente: que estaba pisando accidentalmente la lápida de un enterramiento de alguien que se llamaba como ella: ¡Rosa María Mateo!

Ni qué decir tiene que las lágrimas corrieron por sus mejillas y ya a partir de ese momento, sus gafas ocultaron su mirada durante el resto del emotivo acto…

LO MÁS EVOCADOR QUE CONOZCO… EL RÍO DE LA VIDA

EL SOMBRERO DE TRES PICOS. POKER DE ASES: Alarcón, Dalí, Falla y Picasso

Dalí, Pedro Antonio de Alarcón y La Ciudad Comprometida