Hoy empezó temprano. Madrugué y antes de comprar la prensa e ir a “El Madero” por mi desayuno, aproveché para ver el Minnesota contra Portland, hoy por hoy, el equipo más molón y divertido de la NBA, que no tuvo problemas en pasar por la piedra a Rubio, Love y compañía.
A eso de las 11 quedé con mi hermano y, mochila al hombro, subimos los 11 kms. que separan Granada de la zona alta de Híjar, donde nos juntamos con Mamen y las niñas para disfrutar de un día en familia, practicando el noble arte de recoger aceitunas.
Una carrera, la de hoy, que además de tener sentido deportivo, en todos los sentidos de la palabra (esfuerzo, salud, convivencia, charla, acción, cardiovascular…) tuvo sentido práctico, al permitirnos desplazarnos a base de piernas. Si los recorridos circulares (sin pasar dos veces por el mismo sitio) tienen un algo especial, estos lineales aún más.
Antes de ir a coger aceitunas siempre tenemos pereza. Ponemos excusas. Le damos largas al tema. Después, sobre todo si hace un día esplendoroso como el de hoy, son una gozada.
Mi hermano y yo no nos aplicamos con mucho afán al campo. Lo respetamos demasiado. Y mantenemos con él una larga relación de amor-odio, desde la infancia. Por eso, ahora, disfrutamos invirtiendo no más de cinco o seis horas en mover los mantos y varear y cribar las aceitunas.
Hoy, 200 kilos. Que vendrán a ser unos 22 o 25 litros de aceite, al cambio. El aceite que mejor nos sabe. El más rico y sabroso. Porque es el que obtienes con el fruto de tu trabajo.
De todas formas, y ya lo podemos anticipar, como dentro de poco vamos a tener entre nosotros a Emilio Bueso, autor de esa maravillosa novela titulada “Cenital”; es buen momento para reflexionar sobre la importancia de la vuelta al campo y a la naturaleza. No tanto por gusto, capricho o afición cuanto por necesidad.
Tras una larga ducha, da gusto sentarse en el sofá a ver baloncesto y escribir unas líneas. Además de las piernas, duelen los brazos. Y la espalda. Pero es de esos días en los que te sientes bien. Contento y satisfecho. Por un trabajo, quizá no bien hecho, pero sí disfrutado y compartido en familia.
¡Esa empanada! ¡Esos filetes de pollo empanados! ¡Esa agua fresca! ¡Ese sol y esa brisa, viendo la inmensidad de la Sierra, más Nevada que nunca!
No. No es por el aceite. Es más. Mucho más que eso.
¿Qué cuándo volvemos?
Bueeeeeenooooo… ¡Ya sabes! A ver el Meteosat qué dice. Y los resfriados. Y la agenda…
En serio, como dijera el general McArthur al abandonar Corea… ¡volveremos!
Jesús Lens
Comentarios
3 respuestas a «Olivas a la carrera»
Je je, eso del Meteosat es importante, sin duda, … pero veros a todos, ahí tan lindos, vareando sin piedad, y … EN MANGA CORTA! hace que me crezcan los dientes de puritita envidia! Menuda «jartura» de agua que tenemos por acá, por el norte!!!
Bonita jornada ¿eh? (aunque aquí tuve una estupenda cata internacional de vinos que no tuvo desperdicio!). Bicos mil desde la lluvia que no cesa…
silviña
Silviña, ¿cómo llevas esos vientos y esos temporales? El vino y el aceite son primos hermanos.
Buf, esto es un espectáculo!!! lástima que esté siendo tan destructivo, pq la belleza que destila se queda empañada. Pero es espectacular! aunque en casa el viento zumba que da miedito x las noches. Bicos desde muy al norte!!! Menos mal que en breve me escapo… a Sudán con los nubios.