«Relatos de absurdo contenido», mi nuevo libro

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Ya tenemos nuevo libro: ese objeto desconocido que no necesita pilas, ni internet, ni wiffi y que también se puede leer aunque no te lo creas, pero hay prueba de ello. Además es de los mejores regalos que puedes hacer porque pasa de generación en generación y ya no te digo si se lo dedicas a una persona que aprecias…

Pues el nuevo libro, Relatos de absurdo contenido, (al final de este texto puedes leer uno de ellos) va de eso; de historias locas, surrealistas; pero el surrealismo no es escribir sin ton ni son, sino que dentro de ese descerebre de palabras y frases unidas, cada relato tiene una lógica que quizás nunca te habías percatado de ella pero que existe cuando ves la vida desde otra perspectiva, de otra forma.

¿Y qué vas a encontrar en Relatos de absurdo contenido? Pues todo tipo de historias: desde unas que son humorísticas hasta otras que te harán meditar, pero la mayoría (al menos esa es mi pretensión) espero que te entretengan y que pases un buen rato. Solo eso, nada más.

Y como todo libro tiene una portada, porque si no no es libro; en esta ocasión la ha realizado Manuel Agrafojo, un auténtico crack del diseño (ver su página pinchando en su nombre), que ha captado perfectamente, con esa madeja de colores, las diversas ideas extrañas que se me ocurren y que se entrelazan pero que hacen un todo en mi cerebro.

 

Librerías donde comprar el libro: En cualquier librería que tengas cerca de casa (Ellago Ediciones 12 euros) 

 

EL ENFERMO

Estaba destrozado, las listas de espera en la Seguridad Social era tan largas que ya no sabía qué hacer para curar sus frecuentes dolores estomacales, que   le producían insoportables retortijones. La cita con el especialista la tenía para dentro de tres meses y cada vez que pensaba en ello, automáticamente comenzaba a sentirse mal; pero un día, viendo la televisión, se dio cuenta de que en el ciclismo estaba la solución. No es que creyera que haciendo deporte se pondría bien, y aunque así fuera, no estaba dispuesto a hacer ninguna actividad, a realizar un esfuerzo que fuera ir más lejos que andar al estanco a por tabaco. Cualquier tratamiento lo aceptaba, como si tuviera que tomar 20 o 140 pastillas diarias, pero moverse, hacer ejercicio a sus 50 años… ni de broma.

Un día a media tarde, viendo la Vuelta Ciclista a España se percató de cómo los periodistas que retransmitían la prueba, en ocasiones, comentaban que tal o cual corredor se acercaba al coche médico para que lo atendieran. Cuando esto sucedía, por el televisor veía que el deportista se agarraba a la puerta del vehículo, no pedaleaba y era llevado tranquilamente mientras un auxiliar sanitario sacaba el cuerpo por la ventanilla y le ponía un vendaje o le suministraba algún líquido en alguna parte del cuerpo, según fuera el percance que hubiera tenido.

Sin pensárselo dos veces, acudió a una tienda de deportes, compró una bicicleta de carreras y toda la equipación, incluido un aerodinámico casco de colores con visera muy oscura, lo que le alegró enormemente. Miró en Google y comprobó que la salida de la etapa del día siguiente era en Vilamayor del Condado, a tan solo 80 kilómetros de donde vivía. Analizó las diferentes rutas para llegar a la localidad y allá se fue en su turismo, vestido de ciclista y con la bici en un anclaje sobre el techo de su R-5, que parecía de posguerra.

Nada más llegar sabía que lo único que tenía que hacer era localizar el coche médico, subirse a su Orbea Avant, ponerse el casco que le cubría prácticamente todo el rostro, acudir al punto de partida y, una vez iniciada la etapa, ir al vehículo y explicarle al doctor que tenía un fuerte dolor estomacal. No habían pasado ni cinco minutos desde que los ciclistas se habían puesto en marcha cuando se arrimó al turismo y consiguió agarrarse a duras penas a la puerta. Sudoroso por el esfuerzo realizado, casi no tenía aliento para decirles a los ocupantes que padecía intensos ardores, que no era un dolor continuo, sino más bien esporádico, como punzadas. El facultativo pidió a su ayudante unas pastillas y le indicó las dosis que tenía que tomar. Tras guardarlas en el maillot, disimuladamente dejó que el coche siguiera su ritmo, paró en un lado de la carretera, se echó en un descampado entre unos arbustos y, ya más tranquilo, sacó el bidón con agua e ingirió los medicamentos.

Días más tarde, en casa, las molestias habían remitido, y una semana después desaparecido; pero al mes volvieron de nuevo, aunque con menor intensidad. Entró nuevamente en Google, comprobó que la siguiente etapa comenzaba en Burgos e hizo lo mismo que en Vilamayor del Condado: se acercó al coche y explicó su dolor, a la vez que comentaba que hacía unos días le habían dado unas medicinas pero que… El facultativo habló con su ayudante y le entregó otras distintas advirtiéndole de que eran más fuertes. ¡Y que si eran! Increíblemente con ese nuevo tratamiento se encontraba genial, ni un síntoma.

Dos meses sin padecer malestar alguno le pareció milagroso, por lo que inmediatamente averiguó quién era el especialista. Se llamaba Mario Angelo Franelli, italiano, nacido en la Toscana, con una dilatada trayectoria profesional en el ámbito de la medicina deportiva, concretamente en el ciclismo profesional de ruta en carretera. Averiguó también que era el médico oficial de las carreras más importantes que se celebraban en Europa y que en muchas ocasiones sus servicios eran solicitados también por los organizadores de otros países, especialmente de Sudamérica.

En aquel momento decidió que el tal Mario Angelo Franelli sería su médico de cabecera, y que si lo fue, vamos que si lo fue; durante años, sin que nadie lo sospechara, se hacía revisiones periódicas. Para ello, lo único que tenía que hacer era acudir a las carreras que fijaba el calendario ciclista, buscar la etapa, presentarse con la misma indumentaria que la de algún equipo participante y siempre con ese casco que impedía que alguien pudiera ver que no se trataba de un jovenzuelo. De esta forma, además de a la Vuelta Ciclista España, en ocasiones acudía al Tour o al Giro, e incluso a pruebas que tenían lugar en otros continentes. Como le decían sus amigos: «Estás genial, le has dado un giro a tu vida…». «¿Un Giro?, y seis o siete también», pensaba él.

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