Artículo publicado en IDEAL el 22 de septiembre de 1949

«Esto era, señores, un día en Granada. Uno de tantos días granadinos en los que el sol sale por la mañana y se pone al atardecer. En que los hombres se levantan por las mañanas y se acuestan por la noche. En que las gallinas siguen su sana costumbre de poner huevos, aunque, a tenor de los tiempos, suelen ponerlos más caros cada día. En que las vacas dan al hombre dos o tres tipos de leche, según la cantidad de agua que en ellas, misteriosamente se filtra. En que los tranvías arrastran, penosamente, racimos de gente que se apretujan en su interior desmintiendo la ley física de la impenetrabilidad. En que los hombres, ya de vuelta de su veraneo y otra vez en sus quehaceres, sudan y resolplan con ansias de un otoño de verdad. En que las señoras y señoritas, ansiosas de estrenar sus nuevos trajes de entretiempo, miran con desprecio a este verano ya pasado, pero aún presente. En que los estudiantes se examinan entre sudores físicos y temblores psíquicos. En que las gentes caminan durante la noche por las calles de la ciudad tropezando los unos con los otros. Esto era, señores, un día en Granada sin pena ni gloria, un día de tantos. Uno de esos días en que la vida se repite monótonamente como esta letanía que acabamos de escribir.»

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