Antes que educar, la República se vio obligada a dar de comer a sus niños. En los primeros años de la década de los treinta cobraron fuerza la creación de colonias escolares, roperos y cantinas. El Ayuntamiento de Granada fundó la Cantinas Escolares en el año 1914 con objeto de repartir comidas gratuitas entre los niños pobres que asistían a las Escuelas Nacionales y del Ave María. La institución benéfica pasó por unos años de inestabilidad hasta que, a partir del año 31 comienzan a funcionar con regularidad. En la capital, la comida que se servía en los comedores escolares se elaboraba en la ‘Cocina Económica’ regentada por las Mercedarias, que cocinaban las raciones a un precio de treinta y cinco céntimos. Se hacían a base de potaje de garbanzos, habichuelas y lentejas con trozos de chorizo o tocino. Dos veces a la semana se servía cocido, «pues la experiencia ha demostrado que los potajes agradan mucho más a los escolares», contaba IDEAL en un artículo sobre las Cantinas publicado el 18 de diciembre de 1934. En aquel año se servían comida en 25 escuelas. Eran 922 raciones, aunque comían unos 1.400 niños. Montejícar, Víznar o Güéjar fueron algunos de los municipios en los que comenzó a funcionar un comedor en aquel frío mes de diciembre de hace 80 años.
Categoría: Local
Un robo ‘elegante’
Corría el mes de diciembre de 1934 y un grupo de malhechores planeaba en Granada el ‘atraco del siglo’. El objetivo era la joyería ‘La Purísima’, local que los hermanos López Secano regentaban en la calle Reyes Católicos. La banda, que estaba dirigida por un conocido «pistolero» malagueño (que vestía de forma elegante, se alojaba en los mejores hoteles de la ciudad y conducía un impecable Buick), estaba formada por, entre otros, dos granadinos, uno de ellos, en prisión en el momento del suceso por un delito de robo.
Pero los criminales no contaban con la astucia del inspector general de Policía, Vicente Santiago, que conoció el plan por un chivatazo y se desplazó desde Madrid hasta la capital granadina para encargarse él mismo de este caso. Los agentes descubrieron el túnel que los delincuentes habían construido para perpetrar el robo. Se accedía a él por el colector del alcantarillado de la calle Príncipe, y desembocaba en el sótano de la citada joyería. Durante varios días vigilaron sin cesar los accesos al Embovedado desde la Acera del Darro. Los ladrones llegaron incluso a realizar el butrón pero, al encontrarse con que las alhajas se guardaban en una caja fuerte, decidieron posponer el robo hasta contar con el material necesario para abrirla. Varios miembros de la banda se desplazaron hasta Algeciras para conseguir las herramientas, lo que permitió a la policía planificar la operación para pillarlos ‘in fraganti’.
Los malhechores debieron tardar unos siete días en la construcción del túnel que tenía una altura de una persona y unos 80 centímetros de ancho. Cuando los agentes inspeccionaron el subterráneo descubrieron huellas junto a la pared de otra joyería de la zona y en bajo del Banco Español de Crédito.
César Girón, en la serie «Curiosidades Granadinas» publicadas por este diario, investigó el tema en profundidad. Aquí les dejo el artículo publicado el 11 de noviembre de 2006 con la historia interesantísima del suceso.
El primer ‘botellón’
La sempiterna jovialidad del estudiante se hizo notoria la mañana del uno de diciembre de 1934 cuando los jóvenes alumnos de la Universidad de Granada pidieron vacaciones con una fiesta que se celebró por las calles de la ciudad. Así lo contaba IDEAL en la crónica de la fiesta, publicada el 2 de diciembre de 1934:
«Las calles de Granada fueron, en la mañana de ayer, recorridas por una pintoresca comitiva, cuyos componentes habían requisado todos los coches de caballos existentes aún en las paradas de alquiler y llevaban a su paso gran algarabía; eran los estudiantes, que pedían vacaciones.
A las diez y media, la plaza de la Universidad se encontraba llena de coches y entre los estudiantes se advertía la preparación de «algo gordo».
La juerga comenzó con el ‘bautizo’ de un compañero, al que pusieron el nombre de ‘Vacaciones Humo del Puro’, después de verter sobre su cabeza el contenido de una botella de sidra en el estanque del Jardín Botánico. Aquellos días los excesos universitarios no estaban mal vistos y la ciudad aceptó como una divertida broma el desfase de los chicos. Los estudiantes pusieron una peseta por cabeza para alquilar los trece coches de caballos que había disponibles, y desde la plaza de Derecho, enfilaron en cabalgata por el centro de la ciudad. Delante, ‘el neófito’ en brazos de su ‘madrina’ disfrazados para la ocasión, bebiendo directamente de la botella y al grito de «¡vivan las vacaciones!».
Pero no eran tiempos para bromas. En octubre los obreros de Asturias se había sublevado y el temor a que la revolución se extendiera por todo el territorio tenía a las autoridades nerviosas. En Granada, el gobernador civil, Francisco Duelo, no tardó en reprobar este tipo de fiestas: «nada podrá disculpar su conducta si insisten, con el sabido propósito de adelantar las vacaciones de Pascua, en producir algaradas».
Duelo había destituido meses antes al alcalde Ricardo Corro Mocho, e incremento la vigilancia en las ‘rondas volantes’ para capturar ‘vagos y maleantes’:
«Quiero por tanto, adviertan ustedes que cuando se encuentro a un maleante en lagún establecimiento de bebidas o mala nota, su propietario o dueña será también detenido y cerrado el local si no se ha denunciado la presencia de este sujeto» , dijo a IDEAL el 5 de diciembre de 1934
También se hablaba mucho aquellos días de la recogida de pobres de las calles de la ciudad, medidas que se tomaron para evitar cualquier sublevación.
Largas temporadas de esquí
Aquí les dejo una curiosidad sobre Sierra Nevada. Las largas temporadas para esquiar, que se prolongaban desde diciembre hasta agosto y las declaraciones de un joven esquiador, campeón universitario: Jerónimo Páez. Se publicó el 26 de noviembre de 1964.
La Acera del Darro va tomando forma
Este recorte de IDEAL tiene 55 años. Se publicó el 8 de noviembre de 1959, durante las obras de reforma del Embovedado. La calle poco a poco iba adoptando la fisonomía que conocemos en la actualidad. Pero no se pierdan el textito que acompaña a la fotografía, que describe muy bien cómo era y cómo latía la céntrica vía.
Colón rodeado por semáforos
En los primeros años de la década de los 60, los semáforos ‘crecían’ en la ciudad como setas de temporada. Comenzaron a instalarse en abril de 1958: «durante todo el día se trabajó en la apertura de las zanjas para la instalación eléctrica que partirán desde la acera del hotel Victoria, para cruzar hasta la ‘isla’ del refugio de tranvías en el centro del Embovedado; de allí partirá otro indicador hasta la altura de la nueva casa de Correos; otro para el cruce de Ganivet; una red que servirá para regular el cruce de Reyes Católicos, a la altura de Costales, y un último para el paso de Mesones, a la altura del café Granada» (IDEAL 17/4/58). En Reyes Católicos se instaló uno junto al Bernina, otro a la altura del edificio antiguo de Correos y el último en Gran Vía, al nivel de la calle Cárcel.
Contentaron a pocos, porque nadie entendía muy bien su funcionamiento (IDEAL incluso publicó en varias ocasiones el significado del color de las luces), y era divertido escuchar a los animados peatones decir a coro ‘¡Ahora!’ cuando se encendía la luz amarilla.
Así comenzó la historia… los semáforos funcionaban… cuando querían (en marzo de 1960, se adjudicó al contratista Roldán Girón, las obras de adaptación de un local que sirviera como taller de reparación de estos aparatos), pero poco a poco los ciudadanos se iban acostumbrando a ellos, e incluso los reclamaban. Por ejemplo, este periódico publicó una carta al director solicitando indicadores luminosos para la calle Calvo Sotelo (la actual avenida de la Constitución) tras el accidente que costó la vida a un niño.
También costó un poco ganarse el respeto de los ciudadanos y no eran pocas las crónicas que denunciaban lo costoso de la instalación para el poco caso que se les hacía.
El 17 de octubre de 1959 el pleno del ayuntamiento aprueba el proyecto para la instalación de la red de semáforos de la calle Recogidas por valor de 234.754 pesetas.
En aquel noviembre de 1964, por centrar esta historia en la efeméride que hoy ocupa esta sección, la reforma de la plaza Isabel la Católica plantó otros tantos, hasta el punto de que circular era complicadísimo. Las crónicas contaba que ‘crecieron’ doce semáforos en el cruce de la nueva plaza y decían que estaban tan cerca unos de otros que a los conductores les daba tiempo a memorizar los letreritos del monumento en su intento por girar de Reyes Católicos a Gran Vía. Nunca hicieron tanta falta los guardias urbanos, aquellos a los que el nuevo invento había desahuciado.
Andar por casa
En los años 70, IDEAL publicaba una interesantísima sección en la que el fotógrafo Torres Molina, el redactor Manuel Gómez Montero y el dibujante Martín Morales unían sus artes para mostrar el pasado, presente y futuro de Granada. Con nostalgia e ironía daban un repaso a imágenes de la ciudad que quedaron en el recuerdo de los que las conocieron; a su presente, que vivían rodeados de tráfico y ruido; y a un futuro (el que vive nuestra generación) que, en muchos casos Martín Morales imaginaba muy parecido al que nos ha tocado vivir.
Un ejemplo de los temas que se abordaban en esta sección es el tríptico de imágenes que acompaña este artículo. Puerta Real, con la Acera del Casino, el Embovedado, el arranque hacia la Acera del Darro (en los 70 avenida de José Antonio) y la Carrera del Genil. En el pasado, el túnel que cubre el Darro terminaba en la misma Puerta Real para seguir descubierto hasta su unión con el Genil. En octubre de 1939 se dieron por concluidas las obras de cobertura del río entre el Puente de Castañeda y su desembocadura. El Embovedado en el tramo de Reyes Católicos y Castañeda se acabó en 1884, con la ‘panza’ que impedía ver un cuerpo completo de una persona desde la Acera del Casino a la del Darro. En el 40, se presentó un ambicioso proyecto de reforma de la zona. Los trabajos terminaron hacia el 43. Se colocó la Fuente de las Batallas, hasta entonces situada entre los paseos de la Bomba y el Salón en una rotonda donde daban la vuelta las líneas del tranvía. ‘Tontódromo’ oficial de las parejas en los años 50, en los 70 la calzada lucía amplia, con sus jardincillos que sorteaban los peatones al cruzar y su ‘estación de tranvías’ junto a la Fuente.
El pilar se ‘mudó’ unos metros cuando se construyó el aparcamiento en 1991.
Para el futuro, Martín Morales imaginó la mejor parada para un telesilla al Pico del Veleta.
Adiós al viejo «Rastro»
Era un recinto casi oculto, pero estaba en el corazón de la ciudad. El castizo Rastro granadino, que en sus tiempos estaba junto al descubierto río Darro, tenía un patio interior parecido al de una corrala. Una balaustrada jalonaba la fachada del piso alto, ocupado por viviendas, donde antaño las vecinas tendían la ropa mientras canturreaban. En la parte baja, aún podía sentirse el martillear de los forjadores en sus fraguas artesanas. Pero lo que un día fue orgullo de sus ocupantes, había llegado a ser un montón de ruinas y un borrón negro en la fisonomía de una ciudad que quería rejuvenecerse a golpe de piqueta. Además, el derribo de aquellas casuchas solucionaría la ordenación de la Acera del Darro, una de las vías más importantes de acceso a Puerta Real. «La inexorable ley de vida, por una parte y las necesidades viarias de nuestra rejuvenecida urbe por otra, han venido a dar al traste con la caduca y cochambrosa existencia del castizo Rastro granadino, señor un día de la Carrera de la Virgen, con su abigarrado colorido y sones de vecinas». Por otro lado, el vetusto inmueble era un «estorbo para las riadas de vehículos que Granada atesora ya», comentaba la crónica publicada en este diario.
Se iba a urbanizar y pavimentar «la que ha de ser hermosa y tan céntrica vía que el feo nombre de Acera del Darro lleva y la presencia de esta anciana edificación había de ser eliminada, porque, otra razón más y desde el punto de vista municipal más poderosa, estaba fuera de línea», continúa la crónica publicada en este diario el 19 de octubre de 1968.
Aquel recinto, que había sido parada de ‘La Motrileña’ y había acogido un ‘circo gallista’, estaba todavía ocupado cuando se proyectó su demolición en octubre de 1968. Entre sus inquilinos había un taller de soldadura, la oficina de la línea de viajeros Granada-Dílar y un tapicero que antes había trabajado en las diligencias y que nació en el Rastro.
Pájaros en Bibrambla
La plaza de Bibrambla exponía su zoco mañanero. En él, se podían adquirir desde una piedra de mechero a una canasta, pasando por un manojo de ajos, un reloj antiguo o un ánfora de cobre. En este puesto que fotografió Torres Molina, un chico despacha una pajarería ambulante. Era septiembre de 1970
La ‘Operación España’ llega a Granada
Era un tren muy especial y, naturalmente, llegó con un retraso de cincuenta minutos. En el andén de la Avenida de los Andaluces se aglomeraba un público expectante y emocionado, mientras la banda de música interpretaba pasodobles. Nada más detenerse el convoy, los cientos de personas que esperaban a sus familiares buscaban a los suyos a través de las ventanillas del expreso. Y llegaron los ramos de rosas, los abrazos, los encuentros después de tanto tiempo…
El régimen de Franco puso en marcha la ‘Operación España’ para traer a emigrantes repartidos por el mundo, ya fuera para que terminaran sus días en su país de origen, o para que lo visitaran después de muchos años en el extranjero. Los granadinos que formaron parte de esta expedición (estaba prevista la llegada de 48 personas, pero solo regresaron 36), vinieron a la ciudad el 10 de octubre de 1969. Parecía que toda Granada había acudido a la estación a recibirlos. También estaban las autoridades municipales con el alcalde, Pérez Serrabona, al frente. De la estación, se marcharon a las Angustias y luego fueron recibidos en el ayuntamiento con copa de vino español en el salón de la Mariana. Por su parte, los emigrantes colocaron una corona de laurel en el monumento de Isabel la Católica.