Tenía nombre de detective de una novela de Raymond Chandler y su muerte podría haber sido uno de los casos investigados por Marlowe. El lugar: una habitación de una humilde fonda de la calle San Matías. Granada, 6 de febrero de 1935. El cadáver yacía sobre la cama. Una funda de hule le cubría la cabeza y tenía una mascarilla sobre su boca y nariz. Los brazos estaban cruzados sobre el pecho. Vestía  un pantalón de paño grueso, chaleco gris, camisa rosa desabrochada y corbata anudada. En la mesita de noche, había un frasco pequeño de unos 100 gramos de una extraña sustancia que olía a acetona, un paquete de cigarrillos canarios largos junto  a un cenicero repleto de colillas y un librito sin pastas en cuya primera hoja se leía «Capítulo I. El culto a Satán». No llevaba zapatos y un abrigo cubría sus pies. En la americana cuidadosamente colgada sobre el respaldo de una silla, los guardias encontraron una cartera con documentos y un pasaporte. En su maleta se ocultaban una pistola pequeña, una caja de cápsulas y las facturas de varias fondas de Málaga y Motril. El pálido cadáver correspondía a Philip Bauer Parker, pintor de San Diego, California, de 39 años. Llevaba muerto unas diez horas. Había llegado a Granada el 4 de febrero y había pagado la habitación por adelantado. Pero el misterio no fue tal. La autopsia descubrió que el norteamericano había muerto de un síncope producido por asfixia cuando aspiraba cloroformo para llegar a un sueño artificial. «No quiso suicidarse sino soñar», contaba la crónica de IDEAL. Lo sepultaron en el cementerio de San José en un «entierro de pobre» costeado por el ayuntamiento de Granada.

Carlos Hernández
Carlos Hernández