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Hacía tiempo que Manuel Sola, alcalde de Granada, estaba empeñado en reorganizar la policía municipal, con más efectivos y material más moderno, para estar en consonancia con las nuevas necesidades que demandaba la ciudad. Pero había un problema: que el presupuesto era muy ajustado y apenas si llegaba para aumentar el número de agentes a los 300 que se consideraban necesarios para la inspección de las ordenanzas. Así que la vigilancia nocturna, es decir, los serenos, eran responsabilidad del vecindario.

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