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Francis Dumont y el récord de locuacidad

En aquel frío mes de noviembre, en la plaza Bibrambla volvió a montarse el quiosco de la Tómbola de la Caridad que en 1963 recaudaba fondos a beneficio de la guardería infantil de Santa Escolástica. A pesar de que los granadinos solían volcarse en este tipo de obras benéficas, ese año hacía falta un empujón final para animar a la participación. Y el broche de oro que se eligió, lo protagonizó  Francis Dumont, un chico de veinticinco años y locutor de Radio Granada que, a pesar de su juventud, ya era todo un veterano de las ondas y un personaje muy querido en la ciudad. Nacido en Tánger, hijo de padre francés y madre malagueña, trabajaba como locutor desde los 13 años y en radio Granada participaba en los programas ‘La hora del Sol’, ‘Paréntesis romántico’, ‘La historia de una canción’ y ‘Dos manos sobre la mesa’. Francis se propuso batir el récord de locuacidad, que hasta la fecha, ostentaba un tal Thomas Choley. Para lograrlo, debía superar las 24 horas y 45 minutos hablando sin parar. Dumont se adueñó del micrófono instalado en la rifa benéfica el 10 de noviembre a las cinco de la tarde y continuó hablando 25 horas y cuarto sin interrupción.

Francis Dumont

Es una pena que la crónica publicada en el periódico sobre la hazaña no cuente de qué hablo el muchacho. Sí dice que la gente no paró de animarle durante el tiempo que duró la prueba, que dos importantes empresas se comprometieron a entregarle 5.000 pesetas si superaba las veinte horas de charla, 10.000 pesetas que consiguió y que el locutor entregó en la tómbola. También cuenta que no le faltaron espectadores, y que algunos le acercaban comida y bebida para que no desfalleciera en el intento. La gesta de Dumont en la Tómbola de la Caridad tuvo repercusión nacional. Quizás se haya olvidado aquel récord, oculto por la dilatada trayectoria profesional del locutor,  que hoy es recordado por el programa ‘La hora de los locos’, que emitía la SER, y en el que se inspiró Jesús Quintero para su ‘Loco de la colina, un hito en los programas radiofónicos nocturnos. Y los más jóvenes seguro que lo reconocen por su voz, la del gruñón del tío Phil en el doblaje del ‘El príncipe de Bel Air’.

Una multitud rodea la caseta de la Tómbola de la Caridad durante el récord de locuadidad. 12 de noviembre de 1963 Torres Molina. Archivo de IDEAL
Una multitud rodea la caseta de la Tómbola de la Caridad durante el récord de locuadidad. 12 de noviembre de 1963 Torres Molina. Archivo de IDEAL

El Generalife en Londres

Una expedición granadina capitaneada por Francisco Prieto Moreno, director general de Arquitectura, marchó aquel mes de mayo de 1952 a la capital del Reino Unido para participar en un certamen internacional de jardinería. Su propuesta fue la recreación del Patio de la Acequia del Generalife que se reprodujo, pieza a pieza. Pero, para que toda España estuviera representada, se añadieron unos coloridos geranios, claveles reventones, limoneros y rosas catalanas. Los creadores del jardín fueron Juan de Dios Alarcón, maestro de obras de la Alhambra, José Jiménez Barrera, delineante y el jardinero Francisco Rubio Gamarra. El vergel, que fue visitado por la reina Isabel junto a su esposo, el duque de Edimburgo y la reina madre, ganó la Medalla de Oro del concurso.
Mientras, la Alhambra se convertía en un plató de cine para el rodaje de la película «Tres historias de amor», protagonizada por Joan Fontaine, y Louis Jourdan y dirigida por Hugo Fregonese. Cuenta IDEAL que casi todos los vendedores ambulantes de tabaco de la zona fueron contratados como extras en la película por cincuenta pesetas la sesión y deambulaban vestidos de moros en el zoco árabe recreado en los alrededores de la Puerta de la Justicia.


En la ciudad, entre premio y premio de la Tómbola de la Caridad, la Bomba se había convertido en un velódromo. Días antes del montaje del ferial, a las vallas de madera que rodeaban el Paseo les habían añadido unas mamparas de cañizo para que nadie viera de balde las carreras organizadas por la Unión Velocipédica Granadina, que incluían una prueba de persecución a la australiana entre dos equipos y una carrera «a la milanesa» en la que se eliminaba al último corredor en llegar a la meta. Los ingresos que se consiguieron se destinaron a la organización del Gran Premio de Andalucía.