El Granada CF completó una temporada 2001/02 francamente mediocre. A las órdenes iniciales de Manuel Ángel Muñiz y después del fallecido Ramón Blanco no pasó del suficiente raspado al completar su concurso en el grupo cuarto de la Segunda B con una discreta décima plaza. Con una posición que no respondía a las expectativas creadas, pero que a fin de cuentas le daba para la permanencia. Un premio menor, y que efectivamente fue recibido con desagrado, pero del que hay que recordar que ni siquiera se pudo disfrutar. Y es que como fruto a una gestión lamentable, de esas que fueron tan habituales durante las tres últimas décadas, el Granada CF no logró ponerse al día con jugadores y técnicos y el 1 de agosto de 2002 la Federación Española lo castigó con el descenso federativo a la Tercera División. Una tortura que parecía que iba a durar solo un año, pero que se desarrolló por espacio de cuatro.

Viene esto a cuento no por valorar lo que hay ahora y entonces, que si me apuran también, sino por lo que puede estar por acontecer. Por diferentes razones, al Almería le pueden restar tres puntos y al Elche incluso descenderlo. No cumplieron con sus obligaciones, fuesen del origen que fuesen, y están en riesgo a ser castigados, con todo lo que ello podría beneficiar en términos de permanencia al Granada. A un club, vuelvo a recordar, que ya pagó bien caros sus excesos y que ahora se encuentra en su legítimo derecho de reivindicar que las normas están para todos. Por eso, entiendo perfectamente que el presidente Quique Pina ya diera el paso al frente en la reivindicación aunque luego matizara sus palabras para no dañar sensibilidades.

Ahora bien, es posible que en próximas fechas sea necesario reforzar aún más los planteamientos para defender lo que es propio. Y en esas espero no ver a un Quique Pina tibio, sino al decidido y valiente que ya le echó un par para señalar al ínclito Agapito Iglesias al término de la temporada 2011/12. Y con el murciano, también espero que se haga notar la afición. Sin faltar ni cometer ninguna tropelía, por supuesto, pero con firmeza. Y lo que es más importante, sin complejos.