Por fin, dirá usted. Los niños al colegio, que llevan dos meses y medio dando la tabarra en casa, molestando al vecindario, obligándolo a estar con ellos. Ya es hora de que los maestros se ocupen otra vez de ellos, que para eso están. A partir del martes podrá dejarlos en la puerta de la escuela tempranito y desocuparse hasta la hora de comer. Y si puede, desde mucho más temprano hasta la tarde. Demasiadas vacaciones, que dirá usted. Ahora toca hacer frente a los gastos de material escolar, y suma los uniformes, libros, transporte, actividades y comedor. Esto es una locura, un descosido. El gobierno debería ocuparse de todo eso. Al fin y al cabo, usted solo es el padre de la criatura. Menos mal que hay control de material, que los maestros ya no pueden pedir lo que quieran. Diez meses por delante para que estos chiquillos estén recogidos, cuidados, protegidos, eso sí, que ni se les ocurra mirarlos mal, tocarles un solo pelo aunque estén incendiando el colegio. Faltaría más.
Ironías aparte, ciertamente el martes vuelve el personal infantil a las tareas escolares, regresan los llantos de los más pequeños, agarrados a las piernas de sus progenitores porque no quieren quedarse en ese lugar desconocido, presintiendo que ahí se encontrarán con veintitantos príncipes y princesas más en la misma aula, perdiendo su exclusividad; los empujones en esas filas que los maestros organizan como pueden el primer día ante la atenta mirada de padres y madres (cada vez hay menos abuelos, pues ahora el paro deja tiempo a los padres para llevar a los vástagos al cole); las mochilas cargadas, las ojeras, y el frescor de la mañana acariciando esos rostros a los que tal vez nadie les haya explicado el porqué de esa faena que supone ir al colegio todos los días. Y es que cuando conquistamos un bien, lo convertimos en un derecho, y en cuanto podemos, pasamos a disfrazar su función en el hoy y en el mañana. Y eso ocurre hasta que se pierde, o amenazan con reducirlo, suprimirlo, recortarlo, ajustarlo… La educación, uno de los pilares básicos, imprescindibles de nuestra sociedad, corre mucho más peligro de lo que podemos imaginar. Los recortes están llegando a minar su calidad, aunque parece que nos pudiésemos quedar contentos con que nos recojan a los niños esas horas. Pero hoy aquí no cabe más, solo el derecho, aunque hemos de considerar que los derechos lo son hasta que alguien decide que dejen de serlo, y no ha de ser de manera abrupta, se puede ir limando poco a poco, reduciendo trabajadores, servicios, materiales…, de forma solo perceptible por el afectado directo, como quitar naipes de una torre, con esmero y aplicación, para que la torre se debilite sin llegar a caer. Y esto ocurre ya con la enseñanza pública. Wert, el ministro, reaparece de nuevo, aunque dice que se irá pronto, tal vez retirando el naipe justo.