El 9 de mayo de 1945 Alemania firmó las capitulaciones de la guerra que había mantenido con el resto del mundo. Hace 69 años de aquel evento que vino a cambiar la faz mundial, del que tanto se debía haber aprendido, que tanto sufrimiento y horrores causó a la especie humana. Hoy parece que los hechos, estando vivos en la mente de las personas, se diluyen como un azucarillo. Vivimos una situación de pulso entre fuerzas que parecen no agotar su ambición. Ucrania, situada en el centro de la noticia desde hace dos meses, parece ser el campo germinal de un conflicto que puede dejar de ser diplomático en cualquier momento. A nosotros aparentemente nos pilla lejos, muy lejos. De hecho, es sorprendente la poca atención que se le ha prestado a la situación hasta hace apenas unos días. Es más, se mira como de soslayo. No obstante, estamos a poco más de tres horas de avión de un escenario que se complica por momentos. La Unión Europea, macro gobierno que en los asuntos económicos está dirigido supuestamente por los alemanes, apenas rasca su espalda como si sobre ella corriera algún parásito molesto. Es Estados Unidos una vez más quien enseña, más que los dientes, la patita. Y dentro de dos semanas hemos de elegir a nuestros representantes en Bruselas. Uno no sabe muy bien a qué juegan nuestros políticos. A lo peor están dando lo mejor de sí mismos, todo lo que llevan dentro, y no tienen más. A lo peor es que solo miran hacia sus adentros, sin querer ver que cualquier cosa que suceda en esta Unión nos afecta a todos, aunque ellos se sientan muy bien parapetados desde su privilegiada posición. Me gustaría escuchar opciones globales para Europa, no aterrizar en promesas localistas que a nada conducen. Proyectos que sitúen las claves que defienden de cara a la paz, a la soberanía, al empleo, a la economía, a la educación, a la sanidad, a los movimientos migratorios, a la tercera edad. Proyectos cargados de ideas para que todos tengamos claro que esto es un macrogobierno que está decidiendo nuestros futuro, el futuro de nuestros jóvenes sin fronteras; decisiones que se toman a miles de kilómetros pero que afectan a esa carretera llena de baches, a ancianos que han de vivir de su pensión, a trabajadores que se forman para afrontar un futuro que sin duda será muy distinto al pasado en el que comenzaron su andadura profesional. Sesenta y nueve años desde aquella firma que troceaba el centro de Europa, como una tarta que se aprestaron a devorar unos pocos. ¿Hemos aprendido algo en este tiempo? ¿Seguimos mirando hacia otro lado y que otros vengan a resolver los problemas y cobrar sus réditos? A veces uno piensa que lo único que avanza es la capacidad humana de ignorar al otro, si no de sacarle hasta la piel, aunque sea para hacer tulipas para lámparas.