Emilio Calatayud nos obsequia esta semana con un decálogo sobre acciones recomendables hacia los hijos, en sentido contrario de la palabra. Lo cierra la sentencia (literal): ‘Póngase de su parte en cualquier conflicto que tenga la niña con sus profesores y con sus vecinos. Piense que todos ellos tienen prejuicios contra su hija y que quieren fastidiarle’. No es baladí, invirtiendo el sentido. Hoy es normal que un pequeño de tres o cuatro años marque la actitud de los padres hacia su maestra.Los progenitores han tomado la costumbre de formar grupos de guasap por clases. A través de ellos se comunican lo que ocurre, se dice, se interpreta, se imagina. Generalmente en esas conversaciones suelen acabar los comentarios de los niños sobre los docentes, pero no aquellos sobre que su seño es la más guapa del mundo, que le ha dado esa mañana su desayuno porque los padres olvidaron ponerlo en la mochila, que les ha curado una rodilla, que lo ha limpiado, atado los cordones, limpiado los mocos, o tantas cosas que los niños perciben como natural. O que le ha enseñado cómo medir o escribir algo nuevo. No, más bien que lo ha castigado porque otro le empujó o tropezó con él, y él era inocente, o que le ha reñido, o vaya usted a saber. Y el resto de usuarios de ese guasap conocen inmediatamente el despotismo de la docente hacia ese niño, a lo que se suma otro comentario sobre que a su hijo le hizo igual, seguido de varios más alentadores. Otros permanecen en silencio, silencio cómplice. Y ese infante se ve ensalzado por sus padres en sus quejas ante la actitud de la maestra, quien está educando a la criaturilla, labor de padres, quienes a su vez se van encargando de desmontar esos valores e implantar otros en la mente infantil. Y esa personita irá creciendo mientras fragua la idea de que no pasa nada, de que quien debiera tener autoridad en realidad puede ser combatido por quienes dicen quererlo, defenestrando cualquier atisbo de respeto hacia quien entrega su vida a la enseñanza a cambio de ningún reconocimiento social, pues lo importante es que ese niño quede arriba. Luego, cuando de adolescente se rebela contra los padres, estos piensan que son cosas de la edad, y cuando de adulto los deja solos ellos estarán convencidos de que así es la vida. Si algún día esa criaturilla no entiende valores como trabajo, respeto, empatía, esfuerzo, etc., alguien dirá que a saber lo que le enseñaron en la escuela. Y así se está escribiendo la historia de un tiempo que está por llegar, y que a algunos nos cogerá ya en la jubilación, a otros los encontrará construyendo una sociedad, que empieza a fijar sus bases en la educación infantil, con esos apoyos de los padres a la labor de las maestras, y con esa lucha diaria cuyas armas son la paciencia, el respeto y los guasap.