866 mujeres asesinadas

Brutal es la cantidad, igual de brutal que si fuese solo una. Pero seguimos de perfil ante esta situación. El número de asesinadas a manos de sus parejas es similar al número de asesinados por ETA en toda su historia. Cuando en aquellos entonces se pasaban encuestas de preocupación a la población, en el primer lugar de respuestas aparecía el terrorismo. Nunca aparecieron estos otros asesinatos. Y ahí seguimos, de perfil, si bien cada día la conciencia hace que vayamos afrontando la situación con mayor ocupación. La preocupación parece entendida. Sin embargo, las manifestaciones contra este estado de sitio en el que muchos hombres tienen sometidas a sus compañeras dejan mucho que desear en cuanto al número de participantes. Y su fin está en nuestras manos. Es cierto que las palabras se diluyen en el espacio y en el tiempo, y también es cierto que se pueden tergiversar, y manipular, y utilizar en función de otros intereses más cobardes. Pero hay que dar la cara, hay que salir de la masa, que protege fundamentalmente a los cobardes. Y hay que poner sobre la mesa esa realidad del maltrato, del asesinato, de la violencia, del machismo que hace suponer que se es superior, por la fuerza, por el dinero, por el amparo social, por los mecanismos que hacen que todo pueda parecer más fácil, por las risas y sonrisas ladinas, y por los silencios. Y quien tenga que pagar que pague, que nadie es dueño de nadie. Las diferencias existen, pero en lugar de enriquecernos, en lugar de hacernos crecer se utilizan para la ortodoxia de máximos, para la totalidad dictatorial intrínseca a determinadas mentes que se creen superiores por entenderse favorecidas por la naturaleza, gracias a las divinidades, que mantienen y protegen estas diferencias lacerantes. Una sociedad igualitaria debe mantener sencillamente la igualdad, en todo, adaptando los recursos a las diferencias, para crecer hacia esa igualdad a partir precisamente de estas diferencias que la conforman y la dignifican. Ni todos podemos ser iguales ni todos debemos serlo, en nuestra esencia, pero sí en nuestros derechos, deberes, y actitudes ante los demás. Y esto debe ser la normalidad del día a día, de la noche a noche. Quien está en posición ganadora es quien debe aflojar el paso, es quien debe abrir ya la puerta, es quien debe favorecer al otro, en derechos, en opciones. No es ser igual utilizar los métodos del otro, es alcanzar y vivir esa igualdad desde la propia identidad. Y esa identidad debe recibir el mismo respeto que todas las demás, porque todas las personas que vivimos en una misma sociedad tenemos exactamente los mismos derechos, y lo que no sea así es marginar por razones de sexo. Y ya hay suficientes diferencias por razones de posición social, económicas, de raza, de estudios, laborales… como para mantener esta otra negatividad de forma trasversal en cada una de las capas que nos separan. Aunque no olvidemos que siempre hay beneficiados. Renunciar a esos beneficios es el primer paso.

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