ETA ha señalado los zulos donde esconde las armas, los explosivos, las herramientas de la muerte que vino utilizando durante los últimos cincuenta años. Cincuenta años y casi 900 muertos, y miles de heridos, y sangre derramada en pro de una lucha que sirvió a muchos para sembrar el rencor en los corazones que no estaban preparados para ese rencor. El tiempo viene a igualarlo todo, pero nadie devolverá ya la vida perdida, los tiempos perdidos, los caminos tronchados, el miedo y los olores a muerte que estos terroristas dejaron inocular en el espíritu de tantas criaturas que solo estaban allí. Se perdona, se puede perdonar, pero no se debe olvidar, porque hay secuencias de la vida de una sociedad que no deben volver a repetirse. Y si se olvida se volverán a repetir. Cada cual ahora debe asumir sus responsabilidades. Hay hechos cuyas consecuencias no prescriben, porque la vida no vuelve. Y cada cual debe pagar esa culpa de arrebatar vidas y sueños, sin más réditos que la paz interior que queda tras este pago. Nadie es juez, ni nadie testigo en el alma humana, en un tiempo todos fuimos víctimas, aunque unos más que otros. Comprender es lo que queda, asimilar y abrir puertas y ventanas para que la libertad en cuyo nombre aquellos asesinaron campe por todos los territorios en los que la gente y su libertad individual deben ser los actores principales. No, yo me niego a olvidar, porque mi mente no puede hacerlo, aquel olor a pólvora, aquel polvo que lo inundaba todo, aquellos cascotes que nacieron en un instante y que rompieron en mil pedazos los sueños de unos pocos. Pero puedo perdonar y dejar que la vida siga. Esto no significa impunidad para quienes apretaron el gatillo, o colocaron los explosivos. Tampoco significa venganza. No es hora de venganzas. Solo es justicia. Y que cada cual rinda ante los demás las cuentas de sus acciones que fueron contra los demás.
Han acabado los tiros en la nuca, los llantos de los niños heridos, los cautiverios en zulos a cambio de dinero o libertades de culpables. La sociedad ha encontrado el momento de reencontrarse consigo misma, y los agoreros que claman por otras cosas deben ser apartados de forma inmediata de los focos de atención. La paz es un intangible que se construye con el esfuerzo de todos, aunque el perdón es individual y solo queda cobijado en los grandes corazones. Es hora de ser generosos, de que nuestra sociedad sea generosa, pero no a cambio de nada, al menos respeto para las víctimas, para todas las víctimas, y tiempo, mucho tiempo para que cada cual una vez puesto en su sitio, encuentre el sosiego que merece desde la mirada serena hacia delante sin perder la vista en lo que quedó atrás, que fue mucho, demasiado.