El abandonado Puigdemont, pobrecillo

Dice Puigdemont, residente en Waterloo, que ya no es una batalla, que es una ciudad, residente el prócer ahora en una casilla de 4.400 euros mensuales (no sé si el IVA estará incluido), que los suyos lo han dejado solo. Los suyos callan. El guasap lo ha traicionado, en sus momentos de debilidad, cuando ha bajado de los cielos y ha pisado suelo, sin llegar a ser elegido Presidente, que es lo que él piensa, cuando está allá arriba, que es, que sigue siendo, y que así, per saecula saecolorum, lo será. Pero no, los suyos lo han abandonado, y se siente mal, y triste. A lo peor no piensa desde su tristeza en cómo se siente Oriol desde la cárcel, donde no se puede beber las pintas tan glamurosas que Carles se toma en Bélgica, ni cómo están sus paisanos, esos a los que él ha ayudado a romper con sus decisiones y discursos, vía Internet y directamente, paisanos que están divididos, con posturas que pueden llegar a ser irreconciliables en lustros; o cómo se sienten los más de tres mil empresarios que han abandonado las tierras catalanas porque no se fían de esta panda que ha traído una situación tan lamentable. Seguramente él no piense en nada de esto, solo mira a la Moncloa y suspira, y su alma se entristece y piensa dedicar su vida a restablecer el honor, que seguramente lo dejó olvidado el día que salió huyendo en un coche de camuflaje, dejando tirados a sus compañeros, a esos a los que ahora señala desde su abandono. Él debería saber que los principales enemigos están siempre dentro, pegaditos, compartiendo hambres y risas, y palmaditas en las espaldas. Porque los otros los tienes enfrente, los ves, los intuyes, son contrarios, y por tanto puede ser más fácil tenerlos localizados. Pero a los tuyos no, porque te confunden, te abrazan, incluso te besan y van a verte. Claro es que después del número que Carles ha montado durante los últimos tiempos, cuando los suyos se tientan el canut y ven peligrar su esencia más íntima es lógico que lo dejen solo, que se aparten una mica. Porque al fin y al cabo, ellos se quedaron, aguantaron y reflexionaron, aunque públicamente sigan con los calzones arriba por aquello de la pose, pero la pela es la pela, y Carles se ha ido demasiado lejos. Ellos lo saben, y los aliados ya dicen que esto no suena nada bien, que las cosas hay que repartirlas mejor, y que ya toca tocar a rebato. Así las cosas, Puigdemont tiene un largo camino por delante, casi lo podía intuir cuando lo recorrió en sentido inverso, pero entonces era de noche y tenía prisa, y tal vez no midió bien las distancias. Mientras, el jeque Arturo, que hasta ahí lo acercó al ponerlo de presidente, sonríe y mueve la cabeza como pensando que menos mal, que por poco no le toca a él, aunque quién sabe aún, a lo peor las cuentas no le llegan y sus paisanos no le prestan (porque dar, lo que es dar, dan poco) el euro que necesita.

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