Rajoy ha encontrado los presupuestos justo un instante antes de perder definitivamente la credibilidad. Se lo han buscado ellos solos, o en compañía, porque estas cosas en soledad no cuelan. Se habla de tramas, cuando en realidad son pandas de sinvergüenzas que siempre se creyeron ungidos por la opción de coger cuanto quisiesen de donde les viniera en gana. Esto no es nuevo, y antes hasta lo tenían por escrito. Quien gobierna puede estar tentado a llegar a creerse que es el amo, el puto amo, que diría Guardiola, y ese, justo, es el último momento para dejarlo, para volver a su trabajo de origen, a ocuparse de lo suyo y de los suyos, y de abandonar la gestión pública. Pero aquí, cuanto más se tiene más se quiere. Sin pudor, sin miseria, y las barbillas comienzan a elevarse por encima de los demás, de aquellos a los que acuden a pedir el voto de cuando en cuando. Y después a volver a esa cueva desde la que gobiernan, para ellos y para los suyos, y desde la que están firmemente convencidos de que pueden hacer lo que les venga en gana, porque pueden, porque quieren, porque se les permite. Y a su alrededor deambulan quienes a cambio de migajas, o de ollas de garbanzos, aplauden, defienden, atacan, contraatacan, investigan, inventan, difaman, y después, con un oremus, quedan en paz, y cobran lo suyo, su parte. La Justicia, a costa de la cabeza de Baltasar Garzón, al final está poniendo de nuevo las cosas en su sitio, por fin aparece como el tercer poder, aunque esté sin medios, mal pagada, en cuestión permanente, en condiciones físicas y de medios ridículos. Y los intereses de los voceros suenan, poniendo sordina en estos momentos en los que parece que la basura les podría salpicar. España, un país a veces de pan y circo, de pandereta y fútbol, de sol y playa, está ya harta, cansada de tantas gentes que mienten para justificarse, que inventan para esconder sus vergüenzas, y de las panderetas que suenan para acallar los sonidos de la verdad. La responsabilidad no acaba con solemnidades, la responsabilidad empieza con el puesto, ya sea de ujier o de rector, de barrendero o de ministro. Y Rajoy debe marcharse, antes de que lo echen, porque si no ha estado en la ‘trama’ sí se ha beneficiado de ella, y ha comido, y caminado, y reído y hasta bailado con todos estos ya marcados. El principal acto de un político no es llegar, es saber irse, y al igual que le sucedió al anterior alcalde de Granada, Rajoy puede tener un final político lamentable, después de una vida ahí, en la olla, los dos. Soltar la cuchara debe ser duro, sobre todo cuando se está convencido de que la cuchara es suya, pero al final el tiempo viene a poner a cada cual en su sitio, salvo que los amigos digan otra cosa, a costa de lo que sea. Y eso tampoco.