Granada estival

¿Pensaba usted que no iba a llegar el verano este año? Pues aquí lo tenemos. Duro, como todos los veranos, con sus calores y sequías. Decían que el tiempo estaba cambiando, y lo está. No lo dude, en Granada cambia dos veces al año. Una primera cuando se nos meten los fríos, de golpe, y pasamos de la manga corta al abrigo de tres capas, dejando unos días entre medias para sacar la ropa de los armarios. Y la otra cuando llega la calor, también unos días después de dejar los jerséis, bufandas y guantes. Cosa de una semana, si llega. Y es que la primavera y el otoño son cosas del pasado, en eso sí hemos cambiado, como en nuestras aficiones de tipos variados. Vivimos en tierra de extremos, no hay término medio, y parece que no lo queremos. Y no solo en esta cosa que es el tiempo. Ahora, cuando las calores aprietan, las gentes buscan la metáfora granadina, una provincia llena de alternativas que parecen surgir cuando es menester. Y al igual que la autovía se llena de coches (permítame la añoranza de la antigua carretera, aquella que se llenaba de coches parados en el arcén junto a la fuente del Miriñaque, excusas para que los radiadores se enfriasen un poco, y de la de la gaseosa Sanitex, que tan famosos nos hizo en el mundo entero, mismamente desde Málaga hasta Jaén, que era casi donde estaban los límites universales), pues bien ahora, como antes, nuestros ríos se llenan de familias cada domingo, cargadas con sus neveras llenas de tortillas de patatas, ensaladas y ensaladillas, caseras y vinos y cervezas que se ponen a refrescar en las aguas de los mil ríos que nacen en Sierra Nevada, y donde el bullir de las gentes, de la niñería, de la juventud llaman la atención de quienes pasan en sus recorridos de caminantes disfrutando de una naturaleza que, aunque nos parezca mentira, está ahí todo el año. El frescor que la sensorialidad otorga el bullir del agua es inigualable a ninguna playa. Una provincia llena de mil parajes dignos de ser descubiertos por nosotros mismos, sus habitantes, y que tan de espaldas estamos habitualmente. Pero eso nos ocurre con todo lo hermoso que tenemos a mano, la Alhambra mismamente como ejemplo, que se la hemos dejado definitivamente al turismo. Aún nos quedan nuestros campos, nuestros ríos y la naturaleza que inunda cada uno de los pueblos de esta provincia. Espero que los foráneos tarden mucho en descubrirla, porque ese momento será cuando nosotros la abandonemos. Parece que somos incompatibles con todo aquello apreciado desde fuera, todo aquello que sin ser nuestro lo tenemos tan al alcance, tan cerca, y tan barato. El día que cobren por ir a echar un domingo a un río, a los sombrajes de las choperas, al pie de las higueras, ese día empezaremos a hablar mal de nuestra naturaleza, y la estación estival no tendrá más fin que ponernos bajo el amparo de los aires acondicionados.

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