Hablamos de igualdad y nos referimos a tener las mismas opciones, no solo al acceso de espacios donde desarrollarse; las mismas posibilidades para ejercer y lograr desarrollar las funciones encomendadas. Sí, de eso se trata también. Porque la formación de base podemos considerarla igual mientras siga la política de la misma educación para la totalidad, sin distinción en el sexo, sin variedad de materias; eso ya parece superado, aunque quién sabe, cualquiera puede encontrarse con el pasado entre sus manos, porque son pasado algunas o muchas de las cosas que se empiezan a escuchar por ahí, que resultan votadas por la gente, votos que duplican su peso por la abstención de los que piensan totalmente diferente, que con su silencio están sobrevalorando los principios contrarios a los propios. Y así, este viernes las personas, mujeres principalmente, volverán a tomar las calles, pacíficamente, como siempre, con la palabra como arma poderosa, como siempre; con el puño en alto, con la indignación por bandera, pidiendo igualdad en el trato, en el respeto, en las oportunidades, en el desarrollo de esas oportunidades, en los salarios; igualdad real en y durante las vacaciones, igualdad en la atención a las personas mayores, igualdad en los premios y reconocimientos también, porque acabamos de comprobar una parte del cambio del gobierno bipartito trifásico, y no dirán que no han tenido tiempo en esto tampoco. Igualdad también reclamada por aquellas otras que ese día no podrán ir a la huelga o a la manifestación, porque han de seguir trabajando para llegar a fin de mes, porque ellas solas mantienen sus casas, con personas enfermas, con salarios ridículos, con dependencia absoluta al trabajo por la miseria de quienes se ocupan de que así sea por mil razones inconfesables. Esas otras, tan feministas como las que más, que han de quedarse cuidando o limpiando, o sencillamente no pueden más. Esas otras también están luchando desde su ausencia pública por una igualdad que valore su esfuerzo, que les permita tener una vida propia desde la que poder crecer, desde la que poder sentirse valoradas más allá de los salarios, pero también en los salarios, y de las palmaditas que reciben cuando se quejan, si es que pueden llegar a quejarse. Esas, mujeres anónimas que no acuden a las manifestaciones, también son feministas, distintas a otras personas que ven en estos actos un escándalo de quienes no saben lo que quieren. Ellas, las luchadoras desde los silencios, también están ahí, y hasta ahí deben tener la opción de llegar porque puedan disponer de al menos ese tiempo más allá del trabajo, y de la dedicación hacia quienes ellas son sus manos, sus pies y sus ojos. Ellas deben estar presentes como mínimo en el espíritu y en los corazones de todas las que sí pueden ir, porque todas son una. Y así deben contemplarlo quienes dan cifras, que en estos casos son lo menos importante, porque si todas las mujeres que sufren desigualdad fuesen a las manifestaciones el mundo caería partido.