Pasó el ocho de marzo, pero sus consecuencias han venido a afianzar aún más las de las manifestaciones del pasado año. Va calando en la sociedad española el espíritu de la igualdad. Es absurdo que a estas alturas se diferencie a las personas por sexo; en realidad es absurdo que se diferencien por cualquier cosa en derechos y deberes. El cambio social, aparentemente llegado por la incidencia tecnológica en las vidas, ha de ser, sin embargo, el producido por la igualdad real entre los sexos. Debe dar igual el ámbito social. La juventud parece que lo va percibiendo, porque está en sus manos que esto sea una conquista real, porque serán sus hijos los que habrán de ser educados desde esa perspectiva. Es aquí, en el seno de las familias, donde se implanta el germen de la igualdad, y esta juventud es la portadora de las siembras futuras. Las leyes están ahí, y en ellas no se percibe discriminación, aunque en su aplicación se vislumbran diferencias más en permisividad que en contenidos. La sociedad en su conjunto, de la cual también forman parte las personas machistas más acérrimas, está viendo que esto va en serio, y aunque algunos partidos políticos se resisten a aceptar esta igualdad, poco a poco deberán asumirla. Las manifestaciones son ya algo más que una salida a la calle, más que una fiesta, son un aviso, muy serio, de que esto ya no volverá a ser nunca más como fue. Estos partidos, la derecha principalmente, que se ha desmarcado de las manifestaciones por cuestión ideológica del manifiesto dicen, han de tomar buena nota de lo que ya ha llegado. No hay marcha atrás, porque las mujeres hoy tienen cuanto menos la misma formación que los hombres (aunque entiendo que nos superan en formación), porque, como siempre, tienen más fuerza y mayor inteligencia práctica, a la par que poseen mayor capacidad de soñar. Y esa mezcla las hace claramente superiores. Créame. Solo les falta unirse y tener más confianza en ellas mismas, romper la dependencia emocional con quienes se aprovechan de sus corazones. Ellas lo saben, y eso no tiene nada que ver ni con su carácter de madre, ni con su capacidad de centrarse en ellas mismas, ni con nada de lo que desde una ideología rancia y decimonónica se les quiere seguir imponiendo. Pero aún así, lo más importante de todo esto es que al contrario que muchos varones, ellas no pretenden ser superiores a los hombres socialmente, ellas no quieren tener bajo sus tacones a nadie. Lo que ellas quieren es que se las deje vivir en función de sus posibilidades, y tener las mismas posibilidades que todas las demás personas. Ya se las apañarán para llegar hasta donde puedan. No hay miedo a que vengan como algunos políticos cuando alcanzan el poder, buscando bajo las alfombras, a ver cómo acusan a los desalojados No nos equivoquemos, su meta solo es vivir con dignidad en igualdad, nada más.