Hasta luego, Lucas
Gregorio hubo de esperar a los sesenta años para entregar a los demás ratitos de felicidad. Ya ve, cuando nos llaman a jubilarnos puede ser el momento de volcarse y entregar lo que llevamos dentro. Nos hizo reír y sonreír, y olvidar por instantes problemas que nos atenazasen. Ya sé, quienes vigilan de forma canóniga…
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