Palmas y olivos abren la mañana venturosa del Domingo de Ramos que sigue siendo para los creyentes, por tradición, el esperado día de estrenos y de inicios de desfiles procesionales de pasiones, de ritos y tradiciones ancestrales que han perdurado en el transcurso de los años gracias a la impagable y ejemplar labor de esos núcleos sociales, plurales, que conforman nuestras cofradías de Semana Santa y que tienen el mérito colectivo de mantener viva la gran historia de la Pasión.
Pero, a pesar del buen tiempo y del sol que calienta nuestros fervores, nuestra mirada sigue al detalle la evolución meteorológica porque la primavera, a más de que altera la sangre, inspira a los poetas y nos hace estornudar a los alérgicos, es caprichosamente perversa y se deja caer a chaparrones.
No hay Semana Mayor que se libre de la lluvia celestial. Ése golpe de agua puede purificar el ambiente e incluso limpiar las calles pero nos deja con el pabilo apagado y la tristeza cofrade de la frustración de no salir.
Y nos es fácil salir de la encrucijada de amarguras empedradas de intereses y desencuentros en el matrimonio, de conveniencia, difícil de mantener que cohabita en San Telmo sustentando el gobierno de Andalucía. Allí, en Viernes de Dolores, amenazaron negros nubarrones con tensas tormentas que, llegado el rayo, podrían haber fulminado lo convenido en el pacto de gobierno.
La trianera, Susana, presidenta capataz que se había crecido con una «levantá», Macarena, antes de la «madrugá» decretando legalidad en las formas y marcando territorio inexpugnable, al final, ha amagado y pierde credibilidad como presidenta consensuando con su socio de gobierno, la «provisionalidad» de un hecho delictivo, algo difícil de entender por la mayoría social. ¿Cómo se puede legalizar lo ilegal «provisionalmente» en un estado de derecho?
Lo siento por la señora Díaz que ha sucumbido, lamentablemente, a unas pretensiones propias de un país tercermundista con regímenes propios de dictaduras bananeras. Ella, y lo que representa, es distinto y distante y hubiese sido una ocasión para poner a cada uno en su sitio.
Aunque el Jueves Santo para el orbe cristiano es Día del Amor Fraterno, para los agnósticos o ateos, no creo yo que contribuya la fecha a estrechar lazos de fraternidad. Entre los amantes bipartitos, que se han jugado el incierto futuro de la gobernanza andaluza por treinta denarios de los de ahora, tampoco abrigo esperanza alguna.