Hace setenta y un años Hitler –‘la quinta esencia de la tolerancia’– mandó ejecutar con guillotina esvástica a una mujer que se expresó con mordaz sentido del humor y le hizo un chiste «derrotista» al dictador en una etapa de decadencia del régimen criminal alemán. No he investigado el contenido del chiste porque, personalmente, me trae sin cuidado después de la esperada crueldad del final de su autora.
Sin embargo en la época de Franco corrían chistes de boca en boca y, salvo las visitas y multas que imponía el tribunal de Orden Público, no tengo noticias de que por ello el régimen acudiese al garrote vil para eliminar el ‘derrotismo’ del chiste del que no se libró tampoco su esposa doña Carmen Polo, apodada, ‘Carmen collares’, dada su predilección por las perlas extraídas de las mejores ostras australianas. Pero es cierto que Franco fue elegido por la creatividad popular para hacerle chistes de variado desarrollo y final que funcionaban boca a boca por las Cortes, mercados, tertulias, tabernáculos, conventos y barberías. Al margen de la oralidad el humor gráfico se disfrazaba, a través de revistas para ironizar y mofarse de su figura cosa que podía pasar desapercibida incluso para la plantilla de censores, pero no para los que esperaban el huevo semanal de La Codorniz.
El rey que acaba de abdicar, Juan Carlos, no se ha librado durante su mandato del humor de la calle e incluso solía preguntar a sus más allegados cual era el último para que se lo contasen. El carácter desenfadado y el alto sentido del humor del que siempre ha hecho gala el rey padre hacía encajar con normalidad y alguna carcajada el chascarrillo. Aún por los ‘guasas’ de los teléfonos móviles aparecen variadas ocurrencias algunas de ellas escasamente graciosas.
No sabemos si en la nueva etapa de don FelipeVI se aguzará el ingenio y el pueblo hará chistes de su rey como la tradición manda. Espero que impere el buen gusto y el ingenio sin llegar a lo zafio. El führer de horrible recuerdo en la memoria de la vieja Europa consideraba la crítica humorística como un elemento comunicativo derrotista y trataba de acallarla con el fusil o la mortal cuchilla decapitadora. Afortunadamente la imaginación y la creatividad harán aflorar la chispa crítica que nos hará sonreír sobre la vida y obra del nuevo rey pero seguro que nadie, por muy libertino que sea en la ocurrencia, irá al cadalso pese a quienes recuerdan el artefacto de cortar cabezas, relamiéndose la memoria como Pablo Iglesias, el diputado emergente del cabreo, que es amigo confeso de la guillotina. Los extremos se tocan.