Ha sido la frase mal oliente de la semana pronunciada, desde la desesperación del acoso periodístico diario, por la hasta hace pocas fechas muy honorable presidenta consorte de Catalunya. Marta Ferrusola, que acababa de cobrar la devolución de la Hacienda de España de dos mil y pico «leuros», del IRPF, lo celebró con el gesto de mandar a la mierda al mensajero, frase que se convirtió en un clásico en la boca del malhumorado actor, Fernando Fernán Gómez. O sea que doña Marta ha tenido sueltecilla la lengua, con diarrea verbal, como la ex primera dama francesa, Valerie Trierweiller que, despechada, ha mando a la merde a su ex compañero de alcoba y actual presidente de la república francesa, monsieur François Hollande, tras la publicación de un libro compendio de íntimas miserias del sentimiento de la convivencia de una pareja.
Mientras los partidos mayoritarios siguen sin ponerse de acuerdo en grandes asuntos de estado, como el provocador martilleo cansino catalán y vasco por una futura independencia, el escándalo fraudulento de la familia Pujol va tomando cuerpo administrativo y legal. Por cierto, ahora que Magdalena Álvarez quiere reincorporarse a su puesto de inspectora de Hacienda bien podría encargarle la investigación el ministro Montoro, dada la solvencia profesional de la que fuera consejera, ministra y vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones. En qué mejores manos se podría esclarecer el confuso asunto dinerario.
Lo curioso es que Felipe González, que tiene siete bocados de chino en cada oreja, opina, en la digestión de un café con pastas en Sevilla, que Jordi Pujol no es un corrupto. Así, sin vaselina. Para el ex presidente del gobierno, Pujol simplemente ha tratado de ofrecer «cobertura» a los de abajo. Se supone que se refiere a la pringada familia. Por lo que a modo de colcha Pujol, según la tesis de González, ha tratado de tapar u ocultar presuntos fraudes y delitos de la ralea. Es chocante la interpretación del político socialista máxime cuando es un asunto que se conoce, oficialmente, tras la auto confesión inculpatoria del que era, hasta ese instante, honorable y que se está investigando fiscal y judicialmente. En cualquier caso la cobertura de un delito es delito. El encubrimiento se tipifica en nuestro código penal. El problema es que en España hemos sido muy dados a esa mal entendida práctica de connivencia grupal tapando los problemas, los errores, las indecencias, las inmoralidades e incluso los delitos con la manta. Si la corrupción se ha extendido como la pólvora ha sido porque nadie ha tenido la valentía y el honor de cortar a tiempo, con medidas ejemplarizantes, el mal. Y así nos va.
Lo malo es que seguimos con el cobertor, continúa aumentando la temperatura de la corruptela hispánica y además alguna dama expresa el desahogo de mandarnos a la merda. Vamos «payá».