Pregoneros

Sin escudriñar más allá de nuestra historia, Ángel Gabriel, el personaje bíblico, fue el primer pregonero, el iniciador y el mensajero supremo de Dios. Como es sabido, el Arcángel no solo ostenta un elevado rango en la jerarquización espiritual de la fe, también es un afortunado porque goza de la devoción de, al menos, tres principales religiones la católica, la judía y la musulmana, aunque en cada una de ellas juega un papel interesado de transmisor de diferentes anunciaciones.

Al igual que el ángel de los ángeles fue elegido patrón de los radiofonistas, razonablemente debería ser escogido, se me ocurre laicamente, como protector y guía de los pregoneros. La figura del pregonero, antiguamente, era imprescindible en ciudades y pueblos. Por calles y plazas deambulaban avisando de su presencia con el sonar de una trompetilla o blandiendo la campanilla para después, congregada en su entorno la vecindad, dar lectura de algún bando de la autoridad o de avisos de interés general.

Competían con ellos los modestos artesanos y mercaderes que voceaban sus productos o sus trabajos a domicilio. Era la época en la que se «arrecortan» y atirantaban las colchonetas, de ponerle lañas a los lebrillos, de arreglar o cambiar las varillas de los paraguas, la de vender en cántaras leche de cabra recién ordeñada, de la miel de la Alcarria, del queso manchego, de las «arbellotas» que cortaban la diarrea como con la mano y también del vigilante búho, que con gorra de plato, bata gris, silbato y chuzo callejeaba el barrio no sólo para abrir las puertas de las casas sino que pregonaba, a voz en grito, la hora en punto despertando a la parroquia pero serenamente. Sin sobresaltos. Los serenos no eran despertadores sino ángeles custodios del sosegado sueño.

En nuestros días permanecen los pregones festivos, prédicas generalmente laudatorias en prosa o en verso, que suelen servir de prólogo a nuestras tradiciones o acontecimientos populares. «Dieciocho Miradas hacia Motril», el libro que hoy se presenta en sociedad en el teatro Calderón, es un libro de pregones producto de la feliz iniciativa de la Casa de Motril en Granada, de la intelectualidad creativa y del amor y devoción por la ciudad costera de un heterogéneo grupo de personalidades del mundo de la literatura, la docencia, el derecho, la política, el deporte, el teatro, el periodismo, el humorismo? En ése conjunto de miradas, desgraciadamente, hoy faltan algunas como las del profesor Eduardo Roca; el jurista y político Antonio Jiménez Blanco; el deportista olímpico Paco Fernández Ochoa o el dramaturgo José Martín Recuerda.

«Dieciocho Miradas hacia Motril» es un hermoso compendio de apasionados piropos, pero también de itinerantes recorridos por la historia, por las costumbres, por los personajes, por la geografía, por las eternas reivindicaciones, por el más que es mucho, ?siempre es mucho Motril?, por una tierra que abre su «Postiguillo» para que veamos, desde la diferente óptica del cristal? «el ansia marinera de Granada. A la orilla del día, en vigilante y laboriosa espera. Motril de la amistad, de la alegría, tu corazón varado en primavera es un milagro de la geografía».