Granada abúlica

Seguimos siendo esclavos de la desidia, aunque luego caminemos cabizbajos con el lamento y el llanto, como el último rey moro, en la huida hacia atrás permanentemente. Desde que la Unesco anunció la designación de Granada como Ciudad de la Literatura el primer día de diciembre, ninguna academia, institución cultural, escritores o poetas han expresado el menor júbilo por el reconocimiento que, aunque solo tiene un valor honorífico, honra y distingue a una tierra con más que merecida historia en el ámbito literario.

Si de algo puede presumir y enseñorearse Granada, al margen de su paisaje natural, es de su paisaje cultural gracias a destacadísimas figuras de la poesía, el ensayo, la historia, la dramaturgia, o la novela.

Ésa apática circunstancia, que es un mal endémico que arrastramos, no es que me sorprenda, simplemente, me desagrada e incluso me duele como ciudadano militante, quizá porque llego a la dramática conclusión de que no hay remedio contra ésta indolente forma de ser tan arraigada en nuestra idiosincrasia.

Que Granada sea elegida como la primera ciudad de habla hispana con tan meritoria leyenda de las letras merecería, al menos, una reflexión en voz alta de la denominada clase intelectual. Pero es posible que la envidia cainita, en algunos casos, se una con la indiferencia de contrapuestos intereses y de ahí, en ése sempiterno laberinto opositor de confrontación, es difícil salir.

Paralelamente, con la buena noticia del organismo internacional nos enteramos que el Centro Lorca, que será sin duda el mayor referente literario de la ciudad, retrasa su apertura hasta junio. ¿A quién le pedimos responsabilidades? Pero claro, primero habría que preguntarse, ¿a quién le interesa que Granada reciba el valioso legado del poeta cuanto antes y el centro se convierta en una llama viva de su espíritu creador?

Mientras otras provincias hermanas están en el camino del desarrollo y la prosperidad con iniciativas y proyectos que cuentan con la complicidad de la ciudadanía y las administraciones públicas, sin distinciones ideológicas, aquí seguimos mirándonos el ombligo, oteando el horizonte sin fecha e incluso zancandilleando propuestas, para fastidiar al contrario, por muy beneficiosas que estas sean socialmente. Como en la novela de Delibes, «así nos crece el pelo».

En definitiva que, pese a quien pese y a pesar de a quien le pese, Granada es Capital de la Literatura, que es un titulo que engrandece a la ciudad y la prestigia por los siglos de los siglos.
Algunos negativos, recalcitrantes y socarrones podrán esgrimir que el título no crea puestos de trabajo, pero yo les diría que a Granada nada le sobra y todo lo que sume será positivo para su futuro. Y vamos a ir cambiando el paso «tos por igual, valientes».