El titulo podría prestarse a equívoco. No, no se trata de comentar unas jornadas gastronómicas para ensalzar la versatilidad que nos brinda degustar a este animal herbívoro que, silvestre o de granja, suele ser de las carnes más saludables, tan saludable que dada su baja aportación de grasa dietéticamente los nutricionistas la recomiendan porque, entre otras, previene las enfermedades cardiovasculares o la obesidad.
El conejo bien podría haber sido uno de los símbolos icónicos de nuestro país. Algunos historiadores afirman que el nombre de España es una derivación de la denominación que los Fenicios dieron a nuestra tierra «I shapan im», que significa país de los damanes por el gran parecido del conejo con los damanes africanos.
La verdad es que ni el conejo ni los damanes son para mí plato de gusto por bien aderezados que se sirvan; yo soy un apasionado del pollo, sobre todo si es campero, en su amplio recetario. Tampoco he oído hablar mal del pollo, todo lo contrario, para seguir una dieta equilibrada.
Pero la semana, reconozcámoslo, se ha distinguido por el conejo. Conejo eclesiástico, conejo político, conejo teatral… El Papa Francisco, que en lenguaje suburbial arrabalero, había cantado el tango de la madre y el puñetazo con letra bonaerense, en vez de entonar el salmo evangélico de poner la otra mejilla, en pleno vuelo de vuelta al estado Vaticano, después del apoteósico viaje a Sri Lanka y Filipinas se dejó caer, entre las turbulencias aéreas con la frase que ha dejado atónitos o confusos a algunos grupos tradicionales. Dijo el Papa que no se es más católico por tener hijos como conejos. Se refería Su Santidad, claro está, a la paternidad responsable después de haber sentido en su alma la tragedia de la infancia y la juventud que acababa de comprobar en su visita. Al escuchar la frase, repentinamente, me acordé de aquello de que el Niño Jesús nació en un pesebre, donde menos se espera, salta la liebre.
Pero es que el conejo ha salido, inesperadamente, de la chistera de Susana Díaz ?también las damas utilizan chistera, sobre todo si son primeras damas? que ha anunciado su estado de buena esperanza y esa esperanza no solo se refleja en la gestación maternal de primeriza sino en una apuesta, a mi juicio responsable, coherente, valiente y necesaria de romper amarras y hacerse con el timón de un futuro de mayor solvencia y fortaleza institucional. Lo cierto es que, como los grandes magos, una vez en el escenario, la maga Susana se la juega a una sola carta.
Hablando de magos y de cartas, la semana del conejo me ha impresionado mucho más de lo que yo me esperaba cuando supe que Juan Tamariz se había dejado olvidado el conejo en el teatro tras una actuación. Que quieren que les diga; me parece inaudito que un mago deje olvidado el misterioso conejo como si fuera un elemento más de atrezo. No llegaría yo a tipificar el hecho como zoofobia porque Juan quiere mucho a sus conejos enchisterados en la cautividad artística; viven de él y vive de ellos. Para sorpresa del respetable y del veterano mago, la pregunta que yo me hago es: ¿qué hubiese ocurrido si el conejo hubiera olvidado a Juan Tamariz en pleno escenario? El titular, en la prensa, habría sido demoledor: «Pese a la maestría de Tamariz, no consiguió sacar el conejo de la chistera».