A la mayor gloria de Dios

Los jesuitas siempre han sido jesuitas, quiero decir, que no solo no han perdido su metodología y estilo sino que han ido superándose a lo largo de la ejemplar existencia de la Compañía, dentro del espíritu del santo fundador Ignacio de Loyola. De hecho hoy es la congregación masculina más numerosa y también poderosa dentro de la iglesia católica. Éste poderío, a veces, no ha facilitado demasiado las cosas con la Santa Sede. Algunos papas recientes, hoy en santidad, ni querían hablar de ellos.

Pero los designios del Señor son inescrutables y miren por dónde se ha colado un jesuita en la silla de Pedro, gracias al espíritu santo y a la voluntad de Benedicto XVI, cansado físicamente, que le tenía echado el ojo para resolver algunos asuntos de materia sensible. Francisco podría haber sido elegido general de la S.J. y convertirse en el que denominan «Papa Negro», pero por su trayectoria ejemplar fue elegido sucesor de Pedro como el «Papa Blanco». A través de un libro de Pedro Miguel Lamet ?que releo de la muy sencilla y exclusiva biblioteca doméstica? he recordado a otro jesuita que rompió moldes en una época políticamente difícil para España, como fue el «cura del Pozo del Tío Raimundo», José María Llanos. Hay quienes se marchaban a las misiones de África, India, Asia o América a evangelizar y trabajar hasta la extenuación para los demás, pero el padre Llanos solo anduvo a pie unos kilómetros, convencido de que en su propio entorno existían muchos seres humanos que lo estaban pasando mal y se adentró, en la Nochebuena de 1955, en el chabolismo de la terrible pobreza de una de las zonas más deprimidas y desprotegidas de Madrid. Más tarde se le uniría, en el apostolado suburbial de Vallecas, su compañero José María Díez-Alegría, relegado por Roma.

El cura Llanos militó en las dos Españas, había nacido en la calle Serrano, era hijo de un general del Ejército de Tierra y colaboró con el sistema franquista e incluso le dirigió unos ejercicios espirituales al entonces jefe del Estado. La miseria y la injusticia vivida en el «Pozo» le empujaron a tomar partido y se hizo comunista. Un comunista «sui géneris» que predicaba el evangelio y administraba los Sacramentos. De hecho, según el escritor gaditano Lamet, José María Llanos confesó y le dio la comunión a Dolores Ibarruri, «Pasionaria», antes de morir.

Los jesuitas gozan de un firme carácter. Llanos, pese a ser humilde y santo en su laboriosa y paciente entrega con los demás, a veces sacaba el estilo de la vieja escuela y arreaba una sonora bofetada a maridos maltratadores y facinerosos ladrones sin causa, acción hoy proscrita socialmente pero muy efectiva, pese a la teoría de los psicólogos y las recomendaciones del Evangelio.

Francisco, el Pontífice jesuita, debe estar al corriente de que el fiscal ha dicho sobre el caso «Romanones» de Granada que el presunto maligno indecente, líder del clan pederasta, podría ser condenado pero no el resto de clérigos implicados por prescribir, administrativamente, el presunto delito al no haber presentado la denuncia a su debido tiempo. No creo que el inteligente Papa permita y tolere que los que se escabullen de la justicia terrenal se vayan de rositas. Porque no hay que confundir la justicia humana con la justicia divina.

«Ad mairorem Dei gloriam».