Soy nieto de alcalde algecireño por dos veces. Un liberal que se ganó la confianza y el afecto de sus paisanos, sobre todo de los más desfavorecidos, según cuentan las crónicas de los gacetilleros de la época. Quizás por eso, por la sangre, me tira la tierra gaditana y en estas señaladas fechas de costumbristas e históricas fiestas admire el trabajo, la versatilidad y el entusiasmo que hacen posible que se lleve a cabo, con la mayor alegría y desenfado, el carnaval de los carnavales.
Huelo, de vez en cuando, a salitre desde el castillo de Santa Catalina, rompeolas que fue de tristes cautiverios castrenses y animales ?conocí a una mula en cautiverio? por causa penal. Me embarco en el «vaporcito», paseo ?siempre con la imaginación? cuando me da la gana y mi cuerpo me lo pide cantando por lo bajines: «Con las bombas que tiran los fanfarrones…» por esos barrios típicos, con gracia natural de singularidad creativa y me arremeto en un palco junto a las Ninfas en el lleno y bullicioso Teatro Falla.
Honor y gloria a chirigotas, comparsas, coros y cuartetos que año tras año, mantienen, junto al corifeo de históricos o emergentes impulsores, lo popular, lo tradicional y renovado de un espectáculo único gracias a la imaginación, el esfuerzo y la idiosincrasia de un pueblo que tiene por blasón, estandarte y bandera su genuino carnaval.
Me regocijo, carcajeo y admiro el pundonor, la estética, la inteligencia, el ritmo acompasado de esas voces ?tal vez lo insinuado más que lo grotesco? y elevo con aplauso en la distancia a quienes todo el año o apenas unos días, aprenden música y letrilla para ser actuales en la crítica. Ha sido y es el carnaval de Cádiz mordaz y crítico con los acontecimientos del año, dentro y fuera de nuestras fronteras. En Granada ?con un carácter provincial y sordina? lo son las populares carocas que se exhiben a modo de dibujo y quintilla en la histórica Plaza de Bib-Rambla durante las fiestas del Corpus. Siempre he tenido la mayor consideración por letristas, músicos, figurinistas, decoradores, maquilladores e intérpretes en el carnaval gaditano al que nunca les falta temática, ni cierto chovinismo.
El catorce del dos mil ha dado de sí lo indecible a todos los niveles sociales, políticos, económicos, eclesiásticos, sindicales, empresariales, taurinos, folklóricos, rústicos y urbanos. El año de referencia ha transcurrido como un permanente carnaval. Personajes y personajillos de todo pelaje han paseado las calles del mayor descaro disfrazados, descifrados, con máscaras y mascarones, con antifaces y capuchas vergonzantes al son de la música y letra para su particular baile.
Hoy domingo de carnaval ?título que nos recuerda una obra de Edgar Neville?, por mucho que algunos intenten ocultarse escasa o ninguna sorpresa nos llevamos al reconocerlos al instante. Aquí ya nos conocemos todos, todas y toditos y es difícil dar gato por liebre porque tenemos el paladar muy afinado. Como el friki Nicolás.
El «niño» Francisco Nicolás ?que ha sido la última revelación carnavalesca del pasado año? a pesar de ser un tonto cósmico es más fresco que un iglú en temporada y no contento con no pagar a sus abogados, que tratan de defender lo indefendible, ahora se dedica a ir comiendo por restaurantes de lujo madrileños acompañado de «La pechotes» y otras celebridades sin abonar la factura. No. No han faltado temas y personajes para conmemorar a «Don Carnal» en ésta España confusa.