Dejadme solo, dejadme solo

En este año de gracia y ventura electoral el ciudadano debería hacer acopio de complementos energéticos vitaminados y fortalecer el organismo con una ingesta adecuada para soportar, física e intelectualmente, la lluvia de palabras e ideas con los que los partidos políticos tratan de convencernos de que sus propuestas son infalibles y por tanto las mejores para acabar con todos los males que nos acosan. 2015 es el año electoral por excelencia en España con la particularidad de que el mapa político dibuja gran pluralidad en las formaciones que concurren al panal de rica miel y, según los sondeos de opinión, los ciudadanos que por el momento han decidido votar, -existe un alto porcentaje que no sabe o no quiere contestar- desmoronan el bipartidismo. Lo cual no quiere decir que a la hora de la verdad los dos grandes partidos, que sin duda siguen siendo históricamente el referente del centro derecha y del centro izquierda en nuestro país, converjan en acuerdos, pactos o alianzas para hacer un gobierno fuerte por interés de la mayoría y del Estado.


A nadie debe sorprender esta posibilidad en un continente donde se han producido y se sostienen sinergias de gobierno variadas y en algunos casos insospechadas.

Lo cierto, y por otra parte lógico, es que ninguna formación política muestre sus cartas antes del definitivo resultado. Nadie ha querido hablar de acuerdos poselectorales, pese a que todos los concurrentes a la primera llamada, que hoy tiene como objetivo alcanzar el gobierno de la comunidad autónoma andaluza, saben que van a necesitar de ayuda para administrar a los administrados.

Mariano Rajoy esta semana, a la vista de lo presumible, ha pronunciado la sensata y críptica frase a lo gallego para que nadie se llame a engaño: «No contemplo nada ni descarto nada».

En estas adelantadas elecciones provocadas por Susana Díaz, que llamó a arrebato, porque el matrimonio de conveniencia no funcionaba con IU, he observado a los diferentes líderes, desde el primer día y hasta el último momento, como el torero que después de estoquear al morlaco sin fortuna es corneado en plena faena, y tras el revolcón para dar sensación de poderío y valentía, cuando acude en tropel la cuadrilla para auxiliarlo, el diestro grita con soberbio orgullo la sonora frase que suena con eco en el coso: «Dejadme solo, dejadme solo».

A las 8 en punto de la tarde, con las señales horarias del reloj del pescadero que ha vendido todo el género, la suerte estará echada y desde las espadañas de las torres más altas de los partidos doblarán a difuntos o repicarán a gloria las campanas del efímero poder. Será entonces el momento del recuento, que proporcionará alegría o frustración y el de hacer componendas, retractos y guiños tras las broncas y malos modos en los que, torpemente, entran en juego algunos adversarios durante la campaña.

Esta noche todos los partidos habrán ganado porque nadie suele confesarse perdedor después de unos comicios, entre otras razones, porque la ley electoral permite y facilita que las coaliciones entre partidos den mayoría a las minorías.

Por eso, uniéndome a la frase sibilina del popular presidente yo tampoco contemplo nada, ni descarto nada tras las «octo» del fin del día «comitial».