La pasada semana de Pasión, al margen del apagón lumínico del callejero procesionario del cortejo penitencial del Cristo del Silencio, tradición que en Granada se respeta desde lo simbólico y popular, se han producido otros cortes de suministro domiciliarios en la provincia aunque Endesa trate de restarle importancia calificándolos de mínimas incidencias temporales. Lo cierto es que son muy frecuentes las interrupciones del servicio, por unas u otras causas pese a que la compañía eléctrica trate de minimizar la situación.
Vamos que de vez en cuando nos quedamos a dos velas o atrapados. No hace mucho soporté estoicamente el apagón en el ascensor de casa y acordándome de Celia Villalobos decidí jugar al Candy Crush antes de que mi mente me indujese a sentir la ansiedad claustrofóbica que ya padecí hace años en otro elevador aunque no en soledad. Por fortuna se trató de una interrupción de escasos minutos pero esos minutos se hacen eternos para el sufridor salvo que, como les cuento, utilices el recurso de jugar con la tablet o tengas la oportunidad de intimar, fugazmente, con algún acompañante.
Aún es recordado el apagón de más de catorce horas, ocurrido en Nueva York y otros estados del este en 1965 y hace diez años un fallo en el tendido eléctrico de Ohio provocó un efecto dominó que dejó sin luz, nada más y nada menos, que a cincuenta millones de personas de Nueva York, Míchigan, Nueva Inglaterra y parte de Canadá. Vamos, el apagose.
Pero es que esta semana, en Washington DC, en la mismísima Casa Blanca, se fue la luz, en plena rueda de prensa, cuando ‘curiosamente’, salía a la luz en las librerías, del libre mundo americano, un libro escrito por las comadronas y comadrejas al servicio de la residencia presidencial que suelen contar, con frecuencia, lo contable e incontable con delirante imaginación narrando lo inenarrable. El libreto, en cuestión, describía, describe, fundamentalmente supuestas reacciones domesticas de la señora Hillary tras conocerse el osado acto «felático», en el despacho Oval, al presidente Bill Clinton en boca de Mónica Lewinsky. Por cierto que la joven Mónica ha cumplido los cuarenta y ha declarado, recientemente en una televisión americana, que le costó muy caro apagar la luz y vivir la fuerte descarga del electrizante «affaire» pero que todo lo hizo por amor.
También hay apagones reivindicativos como la Hora del Planeta para concienciar sobre el cambio climático o de protesta. La semana que acaba vivió un apagón informático de los funcionarios del Registro Civil contra las reformas del Ministerio de Justicia que pretende privatizar las gestiones de este organismo público y conocimos las querellas presentadas en la Audiencia Nacional por la Fiscalía contra los ex ministros Miguel Sebastián y Elena Salgado, así como contra Endesa por los 3.400 millones de euros cobrados de más por las eléctricas en concepto de costes de transición a la competencia.
Pero el más lamentable e inhumano apagón es cuando a una familia le cortan la luz por no poder hacer frente al conceptuoso recibo. Es entonces cuando en las tinieblas de la desesperada oscuridad se hace verbo real el apaga y vámonos.