Castrados

A mí lo que más me gusta, realmente, de la fiesta nacional es el rabo de toro guisado a fuego lento acompañado de una copita de fría manzanilla, para regar el anillo del paladar y tomar, para mojar, pan cateto en la salsa de ese plato único de sabor intenso. No soy, verdaderamente, un apasionado de la tauromaquia pero, a veces, como cuando escucho el cante jondo, puedo llegar a emocionarme. Estoy seguro que no me confunde la sinestesia y puedo comprender, en verbo íntimo, lo que pintó Kandinsky que era su mayor ilusión. Es muy sencillo, un huevo frito con patatas puede ser excelso o despreciable, como el arte, lo importante es que provoque emoción a la vista y los sentidos. Y el gesto. Los gestos humanos como el que vi, recientemente, en la plaza de Las Ventas cuando Felipe VI, Rey, acudió a una corrida del cartel de San Isidro y observó los toros desde la barrera con la mayor naturalidad y sin complejos. Fueron obligados, por deferencia y gratitud, los brindis de los espadas a S.M. En estos momentos que vivimos, de idiotez política surrealista, el Jefe del Estado, de manera impecable, supo estar a la altura de las circunstancias con sencillez y elegancia. A veces un gesto, un solo gesto, vale más que mil palabras. Como el de José Tomás cruzando el charco para buscarse la vida, burlando a la muerte, en Aguascalientes.

Los valientes no son supersticiosos. Impávido me quedo cuando observo que los «animalistas» han castrado al toro de Osborne. El toro de Osborne, al margen de sus generosos apéndices y representar la marca de una reconocida bodega de El Puerto de Santa María, fue siempre un símbolo escultórico único que aparecía y desaparecía en las carreteras gracias al extraordinario dibujante Manolo Prieto, que era «gadita», español y republicano. Supongo que el autor o autores del corte testicular serán anti taurinos además de ignorantes. Los partidos emergentes, con espíritu detergente, quieren castrar a la generación constitucionalista. Ni es justo ni necesario para renovar el patio. Aquí, en éste territorio, pese a quien le pese, no puede marginarse a nadie, democráticamente, por su fecha de nacimiento.

Alberto Rivera, que tiene en sus filas a una admirable candidata octogenaria que aspira a conseguir la alcaldía de su pueblo, ha sucumbido neurológicamente en una amnesia electoral preocupante olvidando el trabajo y el servicio al Estado que vienen prestando, en diferentes instituciones, dignos representantes, de derechas y de izquierdas, desde 1978 al servicio de la ciudadanía. No debe enfrentarse a la juventud con la madurez para rascar unos votos. Todos somos necesarios. La fecha de caducidad te la impone la salud o la ciudadanía.

El acoso y derribo al bipartidismo, por parte de las minorías, es evidente. Intentan llegar al final y castrarlo aunque algunos mayordomos de la cofradía del santo reproche quieran ignorarlo. Piénsese que noviembre es el mes de difuntos. Raúl Castro ha sido espiritualmente castrado en el Vaticano tras hablar con el Papa Francisco. El camarada Raúl ante el arrollador personaje sucesor de Pedro, vislumbró, una luz cegadora mientras escuchaba una voz que le decía: «Raúl, Raúl por qué me persigues». Raúl puede ser un converso en poco tiempo, salvo que su hermano Fidel, el todavía comandante, se quite el chándal, se coloque el traje militar y fumándose un habano le recuerde, filialmente, que la religión es el opio del pueblo.