El último aplauso

La verdad es que ‘El Semanero’ tendría que haber dedicado el pasado domingo sus breves líneas a hablar delteatro porque, no sé si muchos sabrán, que se celebró el Día Internacional del Teatro. Aunque preferí, con palmas y olivos, dar la bienvenida a un magnífico libro histórico de los que pasaron en las diócesis de Granada y Almería por El Calvario del martirio, escrito por mi admirado amigo Santiago Hoces.

Pero hoy, que es día de resurrecciones, me apetece tener un recuerdo para aquellos que aportaron su talento y capacidad creadora en la diócesis teatral granadina, tan estudiada, comentada y experimentada por autores, profesores, directores, críticos y actores. De obligada mención es el libro del catedrático, dramaturgo y crítico de IDEAL Andrés Molinari, ‘Dramaturgos granadinos’, que tuve el honor de presentar y que, si no me falla la memoria, califiqué como el primer ‘vademécum’ de la historia de los escritores teatrales de la provincia.

Y es obligado hablar de este ensayo que editó el Ayuntamiento de Granada, como lo
es la tesis doctoral de Manuel de Pinedo García, ‘Historia del Teatro en Granada durante la segunda mitad del Siglo XX’, editada por la Universidad, o la imborrable huella del TEU y del Festival Internacional de Teatro de Granada, que dirigió el catedrático Antonio Sánchez Trigueros, una de la más destacadas autoridades
en la materia, para comprender la importancia y el arraigo del teatro, como elemento
cultural, en nuestra tierra.

Granada ha dado excelentes profesionales que, en su día, triunfaron en la dramaturgia, más allá de nuestras fronteras, como el director José Tamayo o José Martín Recuerda –como dramaturgo– últimas figuras que alcanzaron notoriedad nacional. No cabe duda que el amateurismo y la vocación por el teatro se fomentó
en instituciones juveniles, religiosas y seglares, universitarias, casinos o sociedades culturales y recreativas o emisoras de radio, donde se crearon ‘cuadros de actores’ que, a través de las ondas, daban vida a diferentes textos dramáticos, adaptados, que solían ser escuchados con interés por los oyentes.

Luego, llegó la televisión y el teatro se hizo palabra e imagen gracias a la tecnología y penetró en los hogares, probablemente, en competencia con los clásicos teatros que, por diversas razones, vienen arrastrando una notable crisis.

Precisamente, en las vísperas del ‘Día Mundial del Teatro’ ha fallecido en nuestra ciudad Josefina Ramírez. Una actriz ‘amateur’, cuya diferenciada, bien timbrada, sonora y característica voz nació en la radio –era de estirpe radiofónica–
y más tarde, subió a los escenarios con la elegante sobriedad en sus gestos. Josefina,
veterana amante al arte de Talía, nos ha dado días de gloria como excelente intérprete, pero también nos deja su ejemplo ilusionante, octogenario, de ‘pisar las tablas’, con su juventud intelectual, hasta el final de la frase.

Reír, llorar, comunicar y transmitir emociones al espectador, con puro teatro y aguantar, con la mayor energía hasta el ‘mutis por el foro’. Lamentablemente se ha acabado la función. Ha caído el telón, definitivamente, se han acallado los últimos elogios y aplausos, se han apagado las luces del escenario y la sala queda vacía. O no. Me he quedado solo y pensativo en el palco de la admiración porque quiero que, antes de que el acomodador me invite a salir, pueda rendir el último y sonoro
aplauso de reconocimiento a Josefina, que se fundió con la Cámara Negra.