Lobos solitarios

Al igual que, en la actualidad, los ‘lobos solitarios’ practican el maltrato a la mujer, repulsivo, cobarde y abominable, hecho que viene repitiéndose –prácticamente a diario– con resultado de víctimas mortales en la mayoría de los casos, los ‘lobos solitarios’ del terror islamista suman grados de indignante temperatura en el termómetro de la gente de bien, horrorizada por la serie de criminales atentados que se vienen perpetrando con sello yihadista. 

 

 Salvo algunas excepciones, los ‘lobos solitarios’ suelen actuar por mimetismo psicópata. En el caso concreto de los bárbaros ataques del extremado islamismo, que mantiene viva la guerra contra los cruzados, la actitud mimé- tica patológica, entre los fanáticos, cobra mayor interés pues, al tratarse de una ‘guerra santa’, siempre tiene el premio de una idílica recompensa para quienes participan o mueren en acción de combate: el Paraíso. No necesitan campo de entrenamiento ni técnicas militares. Las tácticas y logísticas se las proporciona el ordenador y, en ocasiones, el teléfono mó- vil donde suelen, cruelmente, dejar constancia de sus atrocidades autograbándose con sus últimas voluntades. 

 

La pregunta que el ciudadano occidental se viene haciendo es quién proporciona, quién facilita, quién ampara y protege a estos criminales dotándoles de vehículos, armamentos y licencia para matar indiscriminadamente –hay muchas víctimas musulmanas– en cada atentado y cómo se justifica el silencio de los más relevantes países árabes y del incoherente posicionamiento de Europa y la ONU ante un fenómeno de proporciones incalculables que se proclama por los malignos inspiradores como el principio del fin. 

 

¿Es que nadie piensa hacer nada mientras crece el temor colectivo y la sospecha e islamofomia injusta? Tendrán, tendremos que hacer algo, al margen de los servicios secretos y de unos cuerpos de seguridad que, por lo que respecta a España, están funcionando con profesionalidad, rigor y eficacia para frenar o paliar las acciones terroristas. 

 

Esta guerra, ha dicho el Papa Francisco que no es de religiones. Yo creo lo contrario. Fundamentándome en las proclamas de los líderes que la avivan y fomentan, es una guerra unilateralmente declarada contra los ‘infieles’. Llevamos ya muchas víctimas inocentes en el tétrico calendario de atentados. El mimético ejercicio demencial de buscar la felicidad y conseguir, en otra vida, lo que no alcanzaron en ésta a base de matar a ciudadanos, que pacíficamente se divierten en una discoteca, se sientan en una cafetería o tratan de realizar un viaje, debe acabar más temprano que tarde. 

 

Estamos en guerra, una guerra explícitamente declarada. Las amenazas del mal llamado Estado Islámico contra España son constantes. La última –facilitada por la agencia AlWafa– señala a nuestro país como objetivo de acciones terroristas en venganza por los agravios y luchas contra los musulmanes desde la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. 

 

Este verano, el psicólogo social Luis de la Corte ha asegurado, en el transcurso de una conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, que «el número de yihadistas conversos y con trastornos mentales está aumentando». Que el apóstol Santiago, patrón de España, se apiade de nosotros.