Venimos a este mundo desnudos, por amor, por imperativo legal o por otras circunstancias no deseables. Pero lo cierto es que, inconscientemente, nacemos al igual que morimos –generalmente sin especial deseo– con la epidermis a flor de piel y nadie se espanta; entre otras razones porque, desde niños, tampoco nos espantamos cuando en los libros de religión nos enseñaron el primer desnudo, protagonizado por Adán y Eva, nuestros ancestros espirituales –aunque antes se decía que eran nuestros primeros padres– junto a un manzano y una serpiente pecadora símbolo del mal.
Más tarde admiramos y no nos espantaron el ‘David’ de Miguel Ángel, ‘La venus del espejo’ de Velázquez, ‘Las tres gracias’ de Rubens o ‘La maja desnuda de Goya’. Después en el cine, en el teatro, en televisión, en revistas… el desnudo ya no espantó a nadie y se llegó a la conclusión de que el desnudo es consustancial con el ser humano. Están en auge las playas nudistas y, recientemente, se han puesto de moda los restaurantes, hoteles, casinos, cines e incluso bancos para los que desean vivir el naturismo sin reservas.
En estos días se ha comentado en Granada la noticia recogida por IDEAL, con imagen incluida, de un hombre –al parecer, residente en la capital y pequeño empresario– que anduvo desnudo por diversas calles del centro de la ciudad lo que, curiosamente, espantó a algún viandante que no daba crédito ante
tan despojada y desvestida figura. De la información que se facilita por este periódico, el desnudo varón quería llamar la atención para reivindicar la paz en el mundo. En su día el viejo lema ‘Haz el amor, no a la guerra’ lo utilizaron movimientos estudiantiles, jóvenes manifestantes contra la guerra de Vietnam o diversos cantautores, como John Lennon, en la canción ‘Mind Games’.
El desnudo activista ‘pacíficopaseante’ ha querido dar testimonio de su rechazo a tanto desastre bélico, incluso el que hoy padecemos por capricho de unos ‘iluminados’ terroristas, supongo.
En ese sentido a nadie debe espantar su arriesgada actitud callejera. En todo caso ha sido por causa noble y no mercantil. No es tan espantoso ver a la gente que, enfurecida por tanta crueldad e injusticia, opte por presentarse desnudo ante el mundo cuando es tan frecuente que hombres y mujeres, organizaciones, instituciones y gobiernos tapen sus vergüenzas y desmanes con mantas zamoranas para ocultarlas ante la sociedad.
A mí no me espanta un hombre desnudo, sin ánimo de ofender, ni una mujer con burkini, que tiene su gracia, ni un señor revestido de buzo paseando por Puerta Real. Que cada cual escoja su vestimenta o se desnude. Desde que concibió la municipalidad La Tarasca los granadinos estamos curados de espanto.
Aunque he de reconocer que algunos desnudos me espantan, porque son desnudos pactados, retocados por el ‘photoshop’ y con recompensación dineraria de la que suelen aprovecharse los frescos y tiesas del orbe artístico y asimilados.
Una de las últimas asimiladas, que ha merecido la portada de ‘Interviú’, ha sido la tímida Nieves Triviño, que el pasado 11 de este mes se casó con el escapista expapa ‘Gregorio XVIII’, apóstata de la iglesia cismática del Palmar de Troya. Nieves, nacida en Monachil, tierra del ilustre Fernando Cortés Heredia,
‘Cagachín’, nos ha enseñado el gordo y magro de sus carnes curtidas al pie de Sierra Nevada y tal ha sido el impacto del reportaje que la revista ha recuperado con creces el ‘cachét’, de la que los ‘obispos’ de la iglesia palmaria, otrora, le pusieron de mote la ‘La Mata Hari’. Nada que ver. Espanto.